La catedral de Santa María de la Asunción de Ajaccio, la capital de Córcega, acogió el encuentro del papa Francisco con los sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas de la isla, con los que ha rezado el ángelus. Tras participar en la conclusión del Congreso “La Religiosidad Popular en el Mediterráneo” y venerar la imagen de la ‘Madunnuccia’.
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El cardenal Francisco Javier Bustillo, franciscano conventual; junto con el presidente de la Conferencia Episcopal Francesa, Éric de Moulins-Beaufort, arzobispo de Reims; y el párroco dieron la bienvenida al Papa. Antes de rezar el ángelus, el Papa agradeció que “están aquí, con su vida entregada; gracias por su trabajo, por el compromiso cotidiano; gracias por ser signo del amor misericordioso de Dios y testigos del Evangelio”.
“En el contexto europeo en el que nos encontramos no faltan problemas y desafíos relacionados con la transmisión de la fe, y ustedes lo experimentan cada día, descubriéndose pequeños y frágiles; no son muchos, no tienen medios poderosos; los ambientes en los que trabajan no siempre se muestran favorables para acoger el anuncio del Evangelio”, prosiguió el pontífice. Para él, “esta pobreza es una bendición” ya que “nos despoja de la pretensión de querer ir por nuestra cuenta, nos enseña a considerar la misión cristiana como algo que no depende de las fuerzas humanas, sino sobre todo de la obra del Señor, que siempre trabaja y actúa con lo poco que podemos ofrecerle”. “No olvidemos esto: en el centro está el Señor. No estoy yo en el centro, sino Dios”, alertó el Papa.
Es más, advirtió, que “el primado de la gracia divina no significa que podamos quedarnos dormidos tranquilamente, sin asumir nuestras responsabilidades”. Por ello invitó a discernir para “que el ritmo y las actividades exteriores no nos ‘trituren’, haciéndonos perder la consistencia interior”.
“Cuidar de sí mismos”
Para Francisco “la vida sacerdotal o religiosa no es un ‘sí’ que hemos pronunciado una vez y para siempre. No se vive de rentas con el Señor. Por el contrario, la alegría del encuentro con Él debe renovarse cada día; a cada momento es necesario volver a escuchar su voz y decidirse a seguirlo”. “Recordemos esto: nuestra vida se expresa en la ofrenda de nosotros mismos; pero, cuanto más un sacerdote, una religiosa, un religioso, se entrega, se desgasta, trabaja por el Reino de Dios, más necesario es también que cuide de sí mismo”, alertó. “Un sacerdote, una religiosa, un diácono que se descuida también terminará por descuidar a quienes le son encomendados”, recalcó.
El Papa invitó a no descuidar la oración y la eucaristía, pero también “conservar algún momento en soledad; tener un hermano o una hermana con quien compartir libremente lo que llevamos en el corazón; cultivar algo que nos apasione, no para pasar el tiempo libre, sino para descansar de manera sana de las fatigas del ministerio. Hay que tenerle miedo a esas personas que están siempre activas, siempre en el centro, que quizá por demasiado celo nunca reposan, nunca toman una pausa para sí mismos. Eso no es bueno, se necesitan espacios y momentos en los que cada sacerdote y cada consagrado cuiden de sí mismos”, recomendó. También pidió “la fraternidad entre ustedes. Aprendamos a compartir no sólo el cansancio y los desafíos, sino también la alegría y la amistad entre nosotros”.
Cuidar de los demás
“La misión que cada uno de ustedes ha recibido tiene siempre un único objetivo: llevar a Jesús a los demás, dar a los corazones la consolación del Evangelio”, recordó el Papa a los consagrados. “Entregarse por las almas, entregarse en ofrenda de sí por aquellos que nos han sido encomendados”, encomendó. Y es que, añadió, “en el centro de su ministerio están los hermanos y las hermanas; su bien espiritual, su hambre de esperanza, su necesidad de escucha y cercanía. Esto también es una invitación a encontrar, en el contexto de hoy, las vías pastorales más eficaces para la evangelización”.
“No tengan miedo de cambiar, de revisar los viejos esquemas, de renovar el lenguaje de la fe, aprendiendo al mismo tiempo que la misión no es cuestión de estrategias humanas, es principalmente cuestión de fe, es cuestión de pasión por el Evangelio y por el Reino de Dios”, interpeló el Papa. “Cuidar de los demás: del que espera la Palabra de Jesús, del que se alejó de Él, de aquellos que necesitan orientación y consuelo para sus sufrimientos. Cuidar de todos, en la formación y sobre todo en el encuentro. Salir al encuentro de las personas, allí donde viven y trabajan, en toda circunstancia”, fue la consigna de Francisco.
El Papa invitó a pedir a la Virgen “por la paz: paz para todas las tierras que circundan este mar, especialmente para Tierra Santa, donde María dio a luz a Jesús. Paz para Palestina, para Israel, para el Líbano, para Siria, para todo el Oriente Medio. Y que la Santa Madre de Dios obtenga la anhelada paz para el pueblo ucraniano y el pueblo ruso. La guerra es siempre una derrota. ¡Paz al mundo entero!”.