El diario estadounidense publica, con motivo del cumpleaños del Papa, uno de los capítulos de su próxima autobiografía
Mientras en Italia se ha publicado de forma anticipada el capítulo de la autobiografía del papa Francisco que narra su visita a Irak en marzo de 2021; en los Estados Unidos, con motivo del cumpleaños del Papa, The New York Times rescata el capítulo en el que el Pontífice traza su particular teología del humor en una obra de unas 400 páginas que ha realizado junto al periodista Carlo Musso.
“La vida tiene inevitablemente sus tristezas, que forman parte de todo camino de esperanza y de todo camino hacia la conversión”, comienza diciendo Francisco pasar a la recomendación de que “es importante evitar a toda costa regodearse en la melancolía, no dejar que amargue el corazón”. Por ello, aunque señala que has sacerdotes “amargados y tristes” como “solterones”; “en general, los sacerdotes solemos disfrutar del humor e incluso tenemos una buena reserva de chistes e historias divertidas, que a menudo se nos da bastante bien contar, además de ser objeto de ellas”. Y tira de anécdotas de Juan XXIII o Juan Pablo II.
Para Francisco, “la ironía es una medicina, no solo para levantar y alegrar a los demás, sino también a nosotros mismos, porque la autoburla es un poderoso instrumento para superar la tentación hacia el narcisismo” mientras recurre al amplio catálogo de “chistes sobre jesuitas y contados por jesuitas” o las bromas que le llegan sobre sí mismo. Y es que, señala, “el evangelio, que nos insta a hacernos como niños por nuestra propia salvación, nos recuerda que debemos recuperar la capacidad de sonreír”.
Así, el Papa destaca sus bonitos momentos con los niños –“los encuentros con ellos son los que más me emocionan, los que mejor me hacen sentir”, escribe– o con los ancianos –“que bendicen la vida, que dejan a un lado todo resentimiento, que se deleitan con el vino que ha salido bien a lo largo de los años, son irresistibles”–. “Cuando cojo a los niños en brazos durante las audiencias en la Plaza de San Pedro, la mayoría sonríen; pero otros, cuando me ven vestido todo de blanco, piensan que soy el médico que ha venido a ponerles una inyección, y entonces lloran”, bromea el Pontífice.