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Francisco en Córcega: identidad, fe y modernidad en diálogo





El padre Biasgiu Virgitti, originario de Córcega y actualmente vicario de una gran parroquia parisina, lo recuerda con emoción. Cada año, la fiesta de San Alejandro, patrón del pueblo de Cervioni, al norte de la isla y cuna de su familia, era un momento “extraordinario”. “Se olvidaba todo –los clanes, nuestras diferencias y disputas– y se marchaba en procesión siguiendo al santo”, rememora este sacerdote de 44 años, ‘fidei donum’ en Madagascar y con estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.



En la Francia laica, Córcega suele considerarse una excepción. En esta isla de 350.000 habitantes, “la religión católica está muy presente porque está íntimamente unida a su historia, a sus tradiciones, a su propia identidad”, subraya Verónica Lliso-Sanchís, valenciana residente en Córcega desde el año 2017 junto a su marido y sus cinco hijos.

Además de la devoción de los corsos a los santos de sus pueblos, otros elementos caracterizan la práctica religiosa en Córcega, muy diferente a como se vive y se expresa la fe en la Francia continental. “La Semana Santa es un momento extremadamente importante para los corsos”, cuenta el padre Virgitti. “Yo mismo fui criado en esta tradición, dentro de la cofradía de mi pueblo”. Los Jueves y Viernes santos, los cofrades visten la túnica y el escapulario para las procesiones, en las que “se camina siguiendo a Jesús crucificado, y se aprende a amarlo desde la infancia”, añade el sacerdote. En Córcega, unas 80 cofradías reúnen a miles de miembros en la isla. “Todas estas señales, muy concretas –tocar, besar, caminar– son muy profundas y, de hecho, fueron el terreno fértil de mi vocación sacerdotal”, recuerda.

Devoción mariana

Otra de las particularidades de la piedad corsa que ocupa un lugar destacado es la devoción mariana. La fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, se ha convertido en la fiesta de la isla. “Los corsos dicen que la Inmaculada es la Reina de la isla”, cuenta Lliso-Sanchís. De hecho, su himno es un canto religioso a la Virgen, el ‘Dio vi salvi Regina’ (Dios os salve, Reina), prueba de los estrechos vínculos entre la fe y la identidad de los corsos. “Estas tradiciones han forjado el alma religiosa corsa, con una experiencia de la fe de fuerte componente comunitario”, precisa Virgitti.

Para la investigadora Angelina Antonetti –profesora en la Universidad Pascal-Paoli de Corte, en Córcega, especialista en las tradiciones de la isla y participante en el coloquio al que asistió el Papa–, las tradiciones cristianas de la religiosidad corsa se inscriben en ritos ancestrales. Entrevistada por el diario francés ‘Le Monde’, subraya cómo los corsos privilegiaron durante mucho tiempo sus tradiciones basadas en el ritmo de las estaciones, con ritos destinados a favorecer la fertilidad. Luego, con la llegada de los franciscanos a la isla, que supieron integrar estos ritos al cristianismo, ambos se unieron a partir del siglo XIV. Esta piedad popular, sin embargo, no siempre fue vista con buenos ojos por las autoridades eclesiásticas, recuerda la investigadora

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