“En la Navidad del Señor, luz de luz, esperanza inextinguible, nos disponemos a cruzar con fe la Puerta Santa”. Con estas palabras el papa Francisco comenzaba la primera de las celebraciones de esta Navidad de 2024, la llamada “misa del gallo” –adelantada de la media noche a las siete de la tarde de este 24 de diciembre–. Una liturgia que ha incluido el rito de apertura de la Puerta Santa del Año Jubilar ordinario de 2025, que se prolongará desde hoy hasta el 6 de enero de 2026. Con un rito adaptado a la movilidad del pontífice, este ha llamado con los nudillos a la puerta de bronce de la basílica de san Pedro con unos ornamentos en los que domina la imagen del ancla y el color verde que evocan la esperanza cristiana.
Con Francisco ha atravesado la Puerta Santa 54 fieles de los cinco continentes, procedentes de Argentina, Australia, Austria, Brasil, Canadá, China, Congo, Corea del Sur, Egipto, Eritrea, Filipinas, Francia, India, Irán, Italia, Malta, México, Nigeria, Papúa Nueva Guinea, Samoa, Eslovaquia, Estados Unidos, Tanzania, Togo, Tonga, Venezuela y Vietnam. A estos se han sumado 10 niños de diferentes países para la ofrenda floral procedentes, en concreto, de Austria, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, India, México, Nigeria, Samoa, Eslovaquia, Venezuela.
A esta celebración han sido invitados creyentes de otras Iglesias y Comuniones cristianas, algo que según ha explicado el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos en una nota, se ha hecho con el horizonte de que en 2025 se cumple el 1700 aniversario de la celebración del primer Concilio Ecuménico, el Concilio de Nicea. Con este motivo, además de estar en la solemne celebración –como es habitual– algunos de ellos han atravesado también la Puerta Santa con el Papa. Desde el Dicasterio han querido resaltar que “esta invitación es un gesto de hospitalidad, que les invita a compartir la alegría de la Iglesia católica en la apertura del Jubileo. No debe interpretarse como un intento de asociarles a elementos del Jubileo, como la indulgencia jubilar, que no están en consonancia con las prácticas de sus respectivas comunidades. Más bien, su paso por la Puerta Santa es un signo visible de la fe que todos los cristianos compartimos” la fe del credo de Nicea.
Simplificando el anuncio del jubileo, la eucaristía ha seguido tras el rito de la Puerta con el canto de la Kalenda y el Gloria. En la homilía tras el evangelio, Francisco clamó que “Dios se hizo uno de nosotros para hacernos como Él, descendió entre nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre”. Para el Papa, “esta es nuestra esperanza” que “el infinitamente grande se hizo pequeño; la luz divina brilló entre las tinieblas del mundo; en la pequeñez de un Niño, la gloria del cielo se asomó a la tierra. Y si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, la esperanza no defrauda y envuelve nuestra vida para siempre”.
Ante el nuevo Jubileo, destacó el pontífice, “cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia”. “En esta noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! y no olvidemos que Dios perdona siempre”, clamó. Para ello invitó a “ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén” y así “recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo ‘rápidamente’. Disponerse rápidamente, sin aminorar el paso, dejándose atraer por la buena noticia”.
“Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida”, invitó el Papa. Para Francisco, “la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime”; ya que “esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; nos pide —diría san Agustín— que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia”, prosiguió.
Mirando nuevamente a los pastores de Belén, Francisco reclamó que “la esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar; no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres”. El pontífice recordó así que “la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad y nuestra compasión”. Por ello, “la esperanza cristiana es precisamente ese ‘algo más’ que nos impulsa a movernos ‘rápidamente’”.
“Este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar”, prosiguió Francisco. El pontífice deseo que sea asó “para nuestra madre tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que llegue a serlo para los países más pobres, abrumados por deudas injustas; que llegue a serlo para todos aquellos que son prisioneros de viejas y nuevas esclavitudes”.
Para ello, instó, “todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia”. “El Jubileo se abre para que a todos les sea dada la esperanza del Evangelio, la esperanza del amor, la esperanza del perdón”, añadió. Y concluyó el Papa destacando que “en esta noche la “puerta santa” del corazón de Dios se abre para ti” y con el Dios que nace “florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda”.