El papa Francisco ha abierto una nueva Puerta Santa en este Jubileo 2025 que comenzó el pasado 24 de diciembre en el Vaticano. Ha sido en la cárcel de Rebibbia, la prisión mayor de Italia y el pontífice ha sido el primero en cruzar su umbral, acompañado por algunos de los reclusos, los concelebrantes –como el obispo auxiliar de Roma Benoni Ambarus, el arzobispo Rino Fisichella, responsable del año santo, o el cardenal portugués José Tolentino de Mendonça– y un buen número de fieles.
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La puerta está situada en la capilla que los internos han remozado para la ocasión. A la celebración han acudido desde el interior unas 300 personas, los internos se han encargado de las canciones y de hacer de monaguillos en la celebración. Al final de la misa, el Papa anunció que acudiría “a saludar a los presos que se quedaron en sus celdas, que no pudieron venir. Saludos a vosotros y a cada uno de vosotros. No lo olvidéis: aferrados al ancla. Agarrados de las manos. No lo olvidéis. Feliz Año Nuevo a todos”, concluyó.
Homilía improvisada
“Quería abrir esta Puerta hoy, aquí. Primero lo hice en San Pedro, el segundo es la vuestra”, señaló el Pontífice al comenzar su homilía improvisada, como reflejo del empeño personal de que la Iglesia pusiera su mirada precisamente en la pastoral penitenciaria.
Acto seguido, compartió con los reclusos que “es un hermoso gesto abrir de par en par, abrir las puertas”. “Pero lo más importante es lo que significa: es abrir el corazón”, subrayó el Papa que remarcó la importancia de tener “corazones abiertos” como paso previo para conformar una “hermandad”. “Los corazones cerrados, los corazones duros, no te ayudan a vivir, por eso, la gracia de un Jubileo es abrir de par en par, abrir y, sobre todo, abrir los corazones a la esperanza”, añadió. De la misma manera, les alertó a que no dejen de lado en su vida “la ternura”.
Nunca defrauda
Fiel a su estilo de párroco cercano cuando se aleja de los espacios institucionales, enfatizó ante sus interlocutores: “¡La esperanza nunca defrauda! Pensadlo bien”. Justo después, admitió que “yo también lo pensaba, porque en los malos momentos uno piensa que todo se acabó, que nada se resuelve”. “Pero la esperanza nunca defrauda”, insistió.
Con este punto de partida, utilizó una metáfora, presentando a la esperanza como “el ancla que está en la orilla”. “Nos quedamos allí con la cuerda, seguros”, agregó, sabedor de que “a veces la cuerda es difícil y nos lastima las manos… Pero con la cuerda, siempre con la cuerda en la mano, mirando a la orilla, el ancla que nos lleva hacia adelante”.
Antes de rematar la homilía, Francisco deseó a los presentes “un gran Jubileo” y “mucha paz”. “Y todos los días rezo por ustedes, de verdad, no es una figura retórica”, confesó el Papa: “Pienso en ti y rezo por ti”. Eso sí, a renglón seguido, expresó su particular ‘canje’: “Vosotros, rezad por mí”.