Rubén González: “Debemos convertirnos en especialistas de la escucha”

Obispo de Ponce (Puerto Rico)

Rubén González Medina, el todavía obispo de Ponce, ha jugado muy bien el ‘tiempo extra’ que el papa Francisco le ha concedido como pastor de la diócesis boricua. A sus 75 años, cumplidos el 9 de febrero de este año, habría que añadirle ser el artífice del sexto Congreso Americano Misionero (CAM 6), celebrado en aquella demarcación eclesiástica de la costa sur de Puerto Rico, del 19 al 24 del pasado noviembre.



Hombre sencillo, con ‘olor a oveja’, conocido por su grey como “padre Rubén”, confiesa a Vida Nueva que organizar esta sexta edición del CAM ha sido “una aventura” en la que muchos colaboradores fueron piezas clave. Además, reafirma que “fue una fiesta sinodal” en la que obispos, sacerdotes, diáconos, misioneros, religiosas, religiosos, laicos y laicas pudieron “avivar el fuego de la evangelización” en medio de un contexto continental marcado por la violencia, la migración forzada y la pobreza. Por eso, “frente a un mundo que se presenta hostil, debemos –como nos ha invitado el papa Francisco para el Jubileo de 2025– ser peregrinos de esperanza”.

PREGUNTA.- ¿Cómo describe la experiencia de ser el anfitrión?

RESPUESTA.- Realmente, fue una aventura, asumida como misión, esencia misma de la Iglesia de Cristo, que se lanza a anunciar la Buena Nueva. Todo fue posible gracias a los colaboradores laicos, religiosos, diáconos, religiosas, que se han unido a esta aventura. Poco a poco, hemos trabajado en red, en comunión, porque no es trabajo de una sola persona, mucho menos de un solo obispo.

Obispo de Ponce (Puerto Rico)

P.- ¿Qué significado tiene para usted que Puerto Rico se estrene como organizador de un congreso en la región del Caribe?

R.- Sigo con la palabra aventura, con la palabra reto. Por eso, hemos intentado convertir las dificultades en desafíos: cómo desde la pequeñez, desde nuestra pobreza, quizás por el hecho de ser una isla azotada por fenómenos naturales, hemos podido abrirnos al mundo, salir de nuestros límites. Nos hemos sacudido esos miedos y hemos servido con la alegría que caracteriza al puertorriqueño.

Aportando talento

P.- ¿Qué frutos se espera que deje a la Iglesia de las Américas?

R.- Creo que un renovado amor a Jesucristo y al prójimo, para darnos cuenta de que quien se enamora de Jesucristo es capaz de lanzarse sin miedo a decirles a los demás: “Dios te ama, Dios te perdona, Dios quiere que vayas al cielo, anímate y hazlo desde tus dones, desde tu servicio, desde tus pequeños gestos”. También queremos una Iglesia que tenga corazón y misericordia, que hable del amor de Dios con entusiasmo, que encienda el fuego del amor divino.

P.- ¿Cómo siente la fuerza misionera del continente y hasta qué punto tiene su propio sello?

R.- Hay frutos concretos en las comunidades. Gente que sirve a la gente, cada quien aportando desde su talento lo mejor que tiene. Un aspecto que caracteriza la misión de América es la alegría, que nos lleva a entender el Evangelio desde el ‘vi y doy’. Si bien hay problemas, los convertimos en oportunidades, conscientes de que en Jesucristo hay vida… y vida en abundancia.

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