La inteligencia artificial (IA) es algo más que una moda pasajera. El potencial de este instrumento es tal y su presencia tan omnipresente que el Vaticano ha publicado este martes, 28 de enero, la anunciada “‘Nota’ sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana” con el título “Antiqua et nova” (“antigua y nueva”). Un documento que lleva la firma de los prefectos y secretarios de los dicasterios para la Doctrina de la Fe y la Cultura y la Educación –los cardenales Víctor Manuel Fernández y José Tolentino de Mendonça; y Armando Matteo y Paul Tighe–; además del visto bueno del papa Francisco que lo validó el pasado 14 de enero.
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El papel de la IA
El documento contiene 117 parágrafos organizados en cinco partes y cuenta con 215 referencias a pie de página. En su introducción se presenta la IA con sus “desafíos y oportunidades” y, según la tradición cristiana, como un “don” que “debería encontrar su expresión a través de un uso responsable de la racionalidad y de la capacidad técnica al servicio del mundo creado”. En concreto, las “cuestiones antropológicas y éticas” de este instrumento del que “se derivan problemas sustanciales de responsabilidad ética y de seguridad, con repercusiones más amplias para toda la sociedad” y dejando a la “humanidad” cuestionándose “su identidad y su papel en el mundo”.
Y es que la IA se introduce “a nivel global en una amplia gama de sectores, incluidas las relaciones personales, la educación, el trabajo, el arte, la sanidad, el derecho, la guerra y las relaciones internacionales”; por lo que hay que “garantizar que sus aplicaciones se dirijan a promover el progreso humano y el bien común”.
Una comprensión integral
Tras presentar la evolución del concepto IA en las últimas décadas y lo problemático del uso del término “inteligente” –una cualidad propiamente humana y no de las máquinas–, el documento hace su propia hermenéutica de la IA como una herramienta con “capacidades sofisticadas para llevar a cabo tareas, pero no la de pensar” se presentan una serie de principio de la “tradición filosófica y teológica” como son la racionalidad –“la capacidad de comprensión intelectual de la realidad” que “conforma e impregna todas sus actividades, constituyendo también, ejercitada en el bien o en el mal, un aspecto intrínseco de la naturaleza humana”–, la encarnación –la unión de “espíritu y materia” de la antropología integral cristiana–, la “relacionalidad” –la necesidad de “comunión interpersonal” de los seres humanos a imagen de la Trinidad–, la “relación con la Verdad” –y es que la inteligencia puede definirse como ese “deseo de verdad”, una “tensión innata” que “pertenece a la naturaleza misma del hombre”– y la “custodia del mundo”.
Con este análisis antropológico, que implica una “comprensión integral de la inteligencia humana”, se pone en evidencia como “la inteligencia humana se muestra más claramente como una facultad que es parte integrante del modo en el que toda la persona se involucra en la realidad” frente a la herramienta que es la IA. Para el Vaticano, en “el corazón de la visión cristiana de la inteligencia está la integración de la verdad en la vida moral y espiritual de la persona, orientando sus acciones a la luz de la bondad y la verdad de Dios”. Por lo que “no puede reducirse a la mera adquisición de hechos o a la capacidad de realizar determinadas tareas específicas; sino que implica la apertura de la persona a las cuestiones ultimas de la vida y refleja una orientación hacia lo Verdadero y lo Bueno”.
Quedan en evidencia tras esta reflexión los “límites de la IA” –sin negar que esta última implica “una extraordinaria conquista tecnológica capaz de imitar algunas acciones asociadas a la racionalidad”–. “La IA obra solamente realizando tareas, alcanzando objetivos o tomando decisiones basadas sobre datos cuantitativos y sobre la lógica computacional”, recuerda el texto. “Mientras que la inteligencia humana se desarrolla continuamente de forma orgánica en el transcurso del crecimiento físico y psicológico de una persona y es moldeada por una miríada de experiencias vividas en el cuerpo, la IA carece de la capacidad de evolucionar en este sentido”, añade más adelante. En concreto, señala más adelante este “confinamiento” en lo computacional hace que “actualmente no puede reproducir el discernimiento moral ni la capacidad de establecer relaciones auténticas” aunque aporte “sorprendentes intuiciones”.
Una ayuda a la ética
Ante estos límites, el Vaticano propone que sea la ética quien guíe “el desarrollo y el uso de la IA” ya que, en cuanto “empresa humana”, “la actividad técnico-científica no tiene un carácter neutro”. Así, como principio, “la Iglesia se opone especialmente a aquellas aplicaciones que atentan contra la santidad de la vida o la dignidad de la persona” –algo común con quienes apuestan por un progreso responsable–. Para ello, es clave destacar “la importancia de la responsabilidad moral basada en la dignidad y la vocación de la persona” desde el análisis de los fines y los medios, los mecanismos reguladores o el rol de los usuarios. En palabras del papa Francisco, “la dignidad intrínseca de todo hombre y mujer debe ser el criterio clave para evaluar las tecnologías emergentes, que revelan su positividad ética en la medida en que contribuyen a manifestar esa dignidad y a incrementar su expresión, en todos los niveles de la vida humana”.
Por eso, se reivindica una IA que “defienda y promueva siempre el valor supremo de la dignidad de todo ser humano y la plenitud de su vocación”. Algo complejo en este caso ya que, se advierte, puede ser complicado llegar a las personas responsables de estos procesos y en quienes toman las decisiones en este campo. Otra responsabilidad es la de los usuarios que incorporan resultados de esa herramienta a sus propios procesos de toma de decisiones, para lo que es esencial que se desarrolle la normativa para que se ofrezca mayor trasparencia para “mitigar sesgos y efectos secundarios indeseados”. Y es que también, se añade, “ejerciendo la prudencia, los individuos y las comunidades pueden discernir cómo utilizar la IA en beneficio de la humanidad, evitando al mismo tiempo aplicaciones que puedan menoscabar la dignidad humana o dañar el planeta”.
Ante la idolatría
Con todo este marco, la Nota trata algunas cuestiones específicas de la IA en los que se ponen en juego esta visión antropológica y los criterios éticos para ofrecer claves para “un diálogo que busca identificar aquellas modalidades en las que la IA puede defender la dignidad humana y promover el bien común”. En concreto, están la IA y la influencia en la sociedad como en los procesos democráticos o en la brecha tecnológica, en las relaciones humanas y la comunicación personal –o la gran problemática del aislamiento–, la economía y el trabajo –muy preocupante si el control de esta tecnología está en pocas manos–, la sanidad con su potencial, pero sin pisotear la responsabilidad hacia el paciente; la educación con múltiples desafíos y sus nobles objetivos; la desinformación por los contenidos manipulados que distorsionan la realidad y el engaño intencional; la cuestión de la privacidad y el control, la protección de la casa común; el uso en la guerra o la búsqueda de la paz y la seguridad…
Ahora bien, se advierte en la parte final de la Nota, también en este terreno se aplica aquello de que “la presunción de sustituir a Dios con una obra de las propias manos es idolatría”; y “la IA puede ser incluso más seductora que los ídolos tradicionales” aunque la IA “no es más que un pálido reflejo de la humanidad, ya que ha sido producida por mentes humanas, entrenada a partir de material producido por seres humanos, predispuesta a estímulos humanos y sostenida por el trabajo humano”.
“Hoy en día, un desafío importante y una oportunidad para el bien común reside en considerar dicha tecnología dentro de un horizonte de inteligencia relacional, que hace hincapié en la interconexión de los individuos y de las comunidades y exalta la responsabilidad compartida para favorecer el bienestar integral del otro”, se añade apostando por la “verdadera sabiduría” bíblica, el “don que más necesita la humanidad para abordar los profundos interrogantes y desafíos éticos que plantea la IA” en clave de sentido. “En la perspectiva de la sabiduría, los creyentes podrán actuar como agentes responsables capaces de utilizar esta tecnología para promover una visión auténtica de la persona humana y de la sociedad, a partir de una comprensión del progreso tecnológico como parte del plan de Dios para la creación: una actividad que la humanidad está llamada a ordenar hacia el Misterio Pascual de Jesucristo, en la constante búsqueda de la Verdad y del Bien”, concluye diciendo el texto.