Carlos García Camader (La Victoria, 1954) es, desde 2006, obispo de Lurín –diócesis sufragánea de Lima– y fue elegido, el pasado 22 de enero, nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Peruana (CEP) para el trienio 2025-2028. El prelado se estrena en el cargo subiéndose a un tiovivo de situaciones ciertamente complejas: la reciente disolución del Sodalicio de Vida Cristiana; las acusaciones de abuso contra el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo emérito de Lima; y un clima generalizado de polarización política, corrupción y violencia en el país andino. “Espero estar a la altura de la misión”, confiesa a Vida Nueva en la que es su primera entrevista como máximo responsable de los obispos peruanos, tomando así el testigo del franciscano Héctor Miguel Cabrejos, arzobispo de Trujillo.
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Hombre de diálogo, sosegado y abierto, asegura que la gran apuesta en su gestión será la escucha atenta y misericordiosa. También afirma con rotundidad que “es hora de pedir perdón” por “cuantas veces hemos creído que estos casos [como el del Sodalicio] que se han mencionado no nos tocan”. Sin embargo, cada una de las víctimas “son nuestros hermanos en la fe, que han sufrido y que sufren también de muchas maneras, que entraron con un deseo profundo de servir y encontraron otro rostro o quizás creyeron que era siempre así, y no es así, pero que terminaron sintiéndose defraudados”, lamenta García Camader.
PREGUNTA.- ¿Cómo recibe esta nueva encomienda de sus hermanos en medio de las circunstancias actuales?
RESPUESTA.- Supone un reto muy grande para mí, porque una cosa es estar en el banquillo y otra jugar. Este tiempo en que el mundo entero vive las situaciones más diversas, desde los conflictos bélicos a toda la miseria humana que contemplamos cada día, nos empuja a que tengamos que tendernos la mano: no podemos ser indiferentes. Lo que le pasa a uno, nos debe doler a todos; por eso, asumo esta responsabilidad con actitud esperanzada.
Comunión y diálogo
P.- Teniendo en cuenta que su predecesor presidió la CEP durante cuatro períodos, ¿ya ha decidido cuál sería su estilo de gestión?
R.- Me pone muy alta la vara, porque monseñor Miguel [Cabrejos] ha sido también presidente del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y su trabajo es encomiable; la historia lo tendrá siempre en el recuerdo. Pero cada uno debe ser como es, y el trabajo no nos pide ser como el otro, sino como el Señor nos inspira para los tiempos actuales: nos pide ser hombres de comunión, de diálogo sinodal y de trabajar juntos. Hay un presidente que coordina, pero todos tenemos que hacer juntos esta Conferencia. Así, si falla, no será el presidente, seremos todos juntos. Reitero que nuestro trabajo exige hoy día también pedir perdón por la indiferencia. A pesar de que no hemos sido indiferentes a la hora de comunicar a Roma las cosas que sucedían, a veces no se camina tan rápido como uno quiere. Hay que saber pedir perdón, porque a veces cuidamos tanto la imagen que nos olvidamos de que somos pastores al servicio de los demás.
P.- ¿Cómo seguirá impulsando este proceso sinodal en curso dentro de la Iglesia que peregrina en Perú?
R.- En la Diócesis de Lurín, al sur de Lima, se concentra el 90% de personas que han emigrado de diversas partes del mundo y también de todo el país. Desde aquí tratamos de vivir la hermandad y la sinodalidad, en ese respeto y comunión que es la clave de todo. Otro aspecto importante es tomar conciencia de que tenemos que participar; aunque pensemos que “el padrecito tiene la última palabra”, debemos involucrarnos todos juntos. A eso creo que apunta la parte sinodal y ese es el trabajo que se está haciendo a nivel de diócesis y de Conferencia Episcopal.