El martes 11 de febrero, el arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, suspendió la actividad del Centro de Orientación Familiar (COF) diocesano, el Mater Misericordiae. Hecho que se produjo después de varios meses desde que surgiera la denuncia de que en dicho espacio eclesial se practicaban terapias de conversión dirigidas a homosexuales, algo que está prohibido por ley. Desde la archidiócesis levantina se señaló en un comunicado que Benavent “ha determinado que se realizará una revisión en profundidad de sus actividades y una reforma estructural, lo que ha supuesto la renuncia de su director, Federico Mulet, que ha sido aceptada por el arzobispo”.
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Aunque se recalcaba que el COF es “una asociación pública de fieles que no pertenece a la estructura propia de la diócesis”, sin embargo, “sus estatutos otorgan competencias al arzobispo para nombrar y cesar a los cargos de la misma”. Y más teniendo en cuenta que el centro “fue fundado con la finalidad de acompañar espiritualmente a familias y personas que pasaban por momentos difíciles, y para ninguna otra actividad”.
Mientras dormía
Con todo, el gran impacto ha llegado solo 24 horas después, cuando el diario ‘Levante. El Mercantil Valenciano’ ha dado a conocer el testimonio de la hermana del cesado director del COF, al que acusa de haber abusado sexualmente de ella “desde los tres o cuatro años”. Una práctica a la que se sumaban sus otros hermanos y que se extendió “durante casi toda mi vida”.
Como denuncia la presunta víctima, “él usaba sus conocimientos del sueño para cogerte en la fase en que no te despertaras, pero calculaba mal”. Por ello, una vez que su hermano ha salido a la palestra mediática al ser acusado incluso de medicar a varias personas para “curar” su homosexualidad, ella, pese al dolor personal al dar este paso adelante, lo ha hecho porque “quiero que se sepa la verdad y el tipo de persona que es”.
“Una familia católica extremista”
Al identificarse ella misma como homosexual, se reconoce como “la primera lesbiana a la que intentó sanar”. Un cúmulo de abusos que se dieron en “una familia católica extremista” y donde el maltrato físico que le infringía su propio padre “hacía imposible” que se atreviera a denunciar la esclavitud sexual a la que la sometían sus hermanos. Todo mientras la “reprimían” de un modo integral, tachándola de “enferma y pecadora”.
Finalmente, esa presión familiar (“me quebraron”) la llevó a tener una relación sentimental con un hombre e incluso a tener una hija con él. Hasta que llegó un punto en el que no pudo más y, “tras pasar por cinco o seis psicólogos, sin entender ninguno qué me pasaba”, decidió internarse voluntariamente en un centro psiquiátrico.
Crítica al colegio
Hoy, vive felizmente junto a una mujer y ha cortado toda la relación con su hermano. Pero, aunque cree que los abusos que sufrió ya han prescrito, sí ha querido salir en apoyo de quienes han denunciado sus prácticas vejatorias: “Es muy consciente de lo que hace y del daño que provoca en los jóvenes. A esos chavales, como a mí, les han robado la infancia y la adolescencia. Y eso no lo van a recuperar”. Un lamento que hace extensivo “al colegio donde trabajaba”, considerando que “es imposible que no supieran nada de lo que hacía”.
Recordando cómo fue vivir en un hogar en el que compartió su infancia y juventud con 10 hermanos (Federico es el primogénito) y un padre que imponía su autoridad con mano de hierro, se refiere a esa época de su vida como “un infierno”. Experiencia que, por desgracia, compartió con su hermana mayor, Teresa, que “también fue abusada”. De ello solo pudo “escapar” tras internarse en un convento con 21 años.
Tentaciones suicidas
Lo que en buena parte hizo para salvar su vida, pues eran tales los abusos físicos de su padre y los sexuales de su hermano que en varias ocasiones pareció verse abocada al suicidio. De hecho, desde niña, se decía muchas veces esto: “De los 15 años no paso. Tengo que morirme antes porque yo ya no aguanto más”.
Hoy, echando la vista atrás, aunque ha conseguido salir adelante, siente que todo lo sufrido la ha marcado para siempre: “El machaque a mi autoestima fue tremendo. La tenía por los suelos, hasta el punto de que era incapaz de ir a comprar el pan cuando me mandaban. Iba siempre con mi hermano pequeño y le daba el dinero para que entrara él. Ni para comprar una barra de pan servía”.
“Me atemorizaron tanto que era incapaz de mover un dedo. Siempre estaba sola y no guardo amistades de aquella época porque estaba completamente aterrorizada. De hecho, nadie me podía si quiera tocar el hombro”, concluye un estremecedor testimonio.