Ingrid Betancourt: “Mi secuestro me llevó a un inesperado encuentro con Dios”

La política colombiana, secuestrada por las FARC durante seis años y medio, protagoniza una nueva edición de ‘CEU Talks, el valor de los valores’, de la Fundación San Pablo CEU

Ingrid Betancourt

El 23 de febrero de 2002, la política colombiana Ingrid Betancourt, que aspiraba a ser elegida presidenta de la República, fue secuestrada en plena campaña por la guerrilla de las FARC. Una cautividad que, en plena selva, acabó extendiéndose durante seis años, cuatro meses y nueve días, cuando fue rescatada en una gran operación militar. Sin duda, una experiencia de sufrimiento, pero que también le regaló “cosas buenas”, como “un inesperado encuentro con Dios”.



Así se lo confiesa a Marta Barroso en una nueva edición de ‘CEU Talks, el valor de los valores’, iniciativa de la Fundación San Pablo CEU para dar a conocer la parte más personal de figuras reconocidas a nivel social, cultural o político.

Recuperar la relación con sus hijos

Una charla que comienza con una afirmación nada baladí: “Soy una mujer libre”. Algo que, dos décadas después de todo lo ocurrido, percibe como “una victoria sobre el destino”. Lo que no fue fácil, “pues no conocía a mis hijos, ya que los dejé siendo niños y los encontré adolescentes, por lo que tuve que volver a tejer esa relación”. Además de que “mi padre, al que adoraba, murió de pena al mes de mi secuestro”. Por ello, desubicada ya de la política (“había otras personas”), quiso centrarse en su familia.

Echando la vista atrás, aunque es evidente que la experiencia de un secuestro es “avasalladora” y estuvo plagada de “constantes humillaciones y violencia”, se queda con ese regalo que supuso encontrarse con la fe. En este sentido, hasta ese momento, su religiosidad era “más por tradición” y, por tanto, no profunda. Pero en la selva tuvo una vivencia espiritual “muy fuerte”. Al principio, “fue una pelea, en el que le expresaba a Dios mi queja y le preguntaba qué le había hecho. Sentía que no merecía ese dolor que estaba pasando”.

“Dios transforma lo malo en bueno”

Interpretando las Escrituras, encuentra muchas lecturas que reflejan cómo “Dios transforma lo malo en bueno”. Algo que en ella ha tenido una resonancia: “Lo que pasé debió haberme secado el alma, pero aquí estoy: tengo mucho amor y estoy cobijada por mucha luz”. Hasta el punto de que “la Ingrid que entró en la selva tenía mucha fuerza, pero de ahí salió otra que me gusta más. Soy mucho menos egocéntrica y mucho más abierta y atenta a los demás”.

GRUPOS ARMADOS ORGANIZADOS EN ZONAS POST FARC SEGURIDAD

De hecho, “si antes creía en el dicho ‘los otros son el infierno’, ahora he descubierto que los otros son el paraíso. Para nosotros no hay nada que nos pueda dar más felicidad que otra persona: su amor, su cariño, su sonrisa”.

Poder mirarse en el espejo

Otra lección que esa trágica experiencia le ha otorgado es creer a pies juntillas en el “la verdad os hará libres” de Jesús. Así, pese a todas las dificultades, nunca perdió de vista preservar “la honestidad”, repitiéndose constantemente esto: “Cuando salga de aquí y me mire al espejo, nunca tendré que sentir vergüenza por mis actos”. Y, por supuesto, tener claro que “la dignidad humana no se puede experimentar sin libertad. Si no tienes libertad, pierdes tu dignidad humana”.

Una enseñanza que hoy guía su comportamiento, pues “hay un valor superior incluso al de la libertad, y ese es estar dispuesta a entregar la vida por amor”. Lo mismo que en el último y definitivo aprendizaje, “el perdón”. Algo que es “muy difícil, hasta que te das cuenta de que estás atado a esa persona hasta que la perdonas. Así que necesitas estar libre de quien te ha hecho daño”.

Ese perdón, “al principio, es muy intelectual”, obedeciendo a una decisión de “dejar atrás lo que te carcome el ama”. Pero, al final, “necesitas perdonar también emocionalmente, pues, si no, tu memoria vuelve constantemente a lo vivido. Cuesta mucho, pero al menos hay que tener la voluntad de perdonar”.

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