Sor Lucía Caram es testigo de cómo “Ucrania lucha a muerte por no perder la dignidad”

Lucía Caram en Ucrania

Solo había pasado una semana desde que Putin decretara la invasión total de Ucrania cuando, en los primeros días de marzo de 2022, la dominica argentina Sor Lucía Caram llegó con una furgoneta hasta la frontera con Rumanía para llevarse consigo a quienes salían huyendo a un exilio desesperado. Como le detalla a Vida Nueva, “entonces no pude entrar en Ucrania, pero me dije: ‘Volveré’”.



Y vaya si lo ha hecho, pues hablamos estos días con ella mientras está en suelo ucraniano en el que ya es “nuestro 32º corredor humanitario”. Una labor ingente en la que se apoya en su convento de Santa Clara, en Manresa, una comunidad de vida contemplativa (que ya no de clausura, gracias a una autorización del papa Francisco) en la que los laicos desempeñan un papel fundamental. Hasta el punto de que con ellos impulsa la Fundación Santa Clara, con la que organiza, entre otras muchas cosas, este acompañamiento al pueblo de Ucrania.

En las trincheras

En este viaje, “hemos estado en la primera línea, en las trincheras, y hemos podido hablar con los soldados. Hemos compartido momentos de tensión, de emoción y de confesiones sinceras. También hemos hablado con personas que han perdido a sus seres queridos. El estado de ánimo es de desconcierto y preocupación, pues no saben la deriva que pueden tomar los acontecimientos”.

Por un lado, los ucranianos “están abatidos con las declaraciones de Trump de estos días”, que no ha dudado en llamar “dictador” a Zelenski. Además de que, ante el tercer aniversario de la invasión decretada por el Kremlin, Estados Unidos ha votado junto a Rusia para rechazar una resolución de la ONU en la que se mostraba su condena de la guerra, que para Washington y Moscú es un “conflicto”. Por otro, “observan que, en su primer mandato, Trump puso bases militares en Polonia…”.

Lucía Caram y Juan Carlos Cruz en Ucrania

Lucía Caram y Juan Carlos Cruz en Ucrania

Más allá de las implicaciones que eso pueda tener ahora, Caram añade que “también temen que la Unión Europea, aunque agradecen mucho su apoyo, pueda no estar unida. Y más en un contexto en el que ven cómo Estados Unidos ha pasado de ser un país aliado a uno que se va aliando con su invasor”.

Son culpabilizados

Con todo, “lo peor es que los criminalizan y les dicen que son los culpables… ¿Culpables de qué? ¿De haberse intentado defender? ¿De ver cómo sus tierras eran ocupadas, sus casas destruidas y sus mujeres violadas?”. Un clamor indignado que lleva a la religiosa a formular otra reflexión: “El problema es que los ucranianos tienen el derecho a la legítima defensa, pero no tienen armas ni los suficientes sistemas antiaéreos para protegerse. Cunden la angustia, la tristeza y la impotencia. En el frente, en hombres y en municiones, la proporción es de uno a diez para Rusia”.

Eso sí, no ceden un ápice en “la lucha a muerte por no perder la dignidad. Si hasta ahora se deseaban la victoria y la paz justa, esta última no es a cualquier precio. Muchas personas han quedado rotas, por lo que ahora emerge una gran pregunta: ‘¿Para qué?’”.

En este sentido, “los ucranianos se sienten muy dolidos porque comprueban que se ha jugado con ellos y que su vida no importa nada. Perciben una Europa muy debilitada y sin un liderazgo claro. Y la solución no va a venir ni por las armas ni por el negocio que están montando, sino por algo que ha fracasado desde el minuto cero: la política y la diplomacia, ya que la violencia engendra siempre violencia. Aunque en este momento se impone todo lo contrario: la ley del más fuerte y la prepotencia”.

Una historia rota

Como cuenta Caram, “hablando con un destacado líder militar, me decía que, cada vez que uno de sus soldados cae en el frente, deja atrás una familia y una historia que queda rota. Por ello, sienten que su país está herido de muerte. Ahora, cada vez más, abren el corazón y muestran sus heridas”.

Desde el primer momento, cuando la interpeló “la llamada de Francisco a abrir corredores humanitarios para apoyar a la martirizada Ucrania”, no ha dejado de movilizarse en estos tres años. Una experiencia por la que “he entendiendo lo que es la pasión y muerte del pueblo ucraniano”. Y es que, “en todos mis viajes, incluido este, traigo unos rosarios y la bendición del Papa. Nos pide visitar a los heridos e ir al cementerio a acompañar a las madres que han perdido a sus hijos. Ahí también estamos con los huérfanos o con combatientes que han perdido a sus compañeros y que han venido a visitar sus tumbas y a llorar. Tocar estas heridas me ha ayudado mucho a valorar la paz y la libertad”.

También “he reflexionado sobre lo que a veces frivolizamos cuando hablamos de reconciliación y perdón. Hoy, a los ucranianos es imposible exigirle estos sentimientos, pues es mucho el daño sufrido. En este viaje hemos traído de vuelta a casa a Oleh, que ha estado dos años en España tras una herida que obligó a amputarle un brazo. También tuvo un cáncer y vio cómo su hijo de 16 años fue asesinado y su mujer y su hija fueron llevadas a la fuerza a Rusia… ¿Cómo podemos hablar tan fácilmente del perdón? Sin duda, es un don y habrá que esperar mucho tiempo para cerrar estas heridas”.

Horror en Bucha

Otro caso “es el de una mujer de Bucha que nos contó cómo, ante ella, en el jardín de su casa, mataron a tiros a su hijo… Luego, entraron y violaron a su hija. Salió a la calle a pedir ayuda y se encontró con que esta estaba sembrada de cadáveres. A día de hoy, nos reconoce que cada vez que mira a su hija tiene ganas de llorar y no quiere vivir, pero tiene que hacerlo por ella”.

Como se duele, “esta es la guerra. Y no podemos mirar a otro lado. Si no valoramos lo que es la libertad y la democracia, llega un momento en el que ya es demasiado tarde. Somos muy frágiles y a nosotros también nos puede ocurrir lo que a Ucrania. No podemos permitir que el autoritarismo de unos pocos imponga un precio a la paz mundial y a la libertad. No se puede comprar con dinero el seguir destrozando el planeta y pisoteando la vida de las personas, con una prepotencia que alcanza unos extremos obscenos. Sabíamos quién era Putin e intuíamos quién era Trump, pero debemos ser capaces de unirnos”.

Con todo, el último mensaje es de esperanza: “Aquí, mi fe se ha hecho mucho más grande, profundizando mucho más en la compasión de Jesús y en la pasión compartida con un pueblo que sufre y se desangra y que suplica al mundo que no se olvide de él”. Algo que simbolizan “las dos personas que hemos traído a Manresa: un soldado y una médico que estuvieron presos durante nueve meses. En el caso de las mujeres, lo tienen más difícil… Me ha impresionado mucho cuando, al entrar al sagrario, ella ha roto a llorar, desarmada por completo”.

Fotos: Fundación Santa Clara.

Lea más:
Noticias relacionadas