Lo escribió Ana Frank con apenas 13 años: “Yo todavía creo, a pesar de todo, que las personas son buenas en el fondo de su corazón”. Aún permanecía escondida en Ámsterdam de la persecución y el oprobio nazi –con sus padres, Otto y Edith, y su hermana, Margot, junto a la familia Van Pels, Hermann y Auguste con su hijo Peter, y también Fritz Pfeffer– en el “anexo secreto” de Prinsengracht, 263. No podía ni imaginar que, ochenta años después de su muerte, sería una de las más famosas mártires de la humanidad. El gran testigo de la locura nazi.
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“Una de las lecciones más importantes de la historia de la II Guerra Mundial y el Holocausto es quizá la percepción de que todo ha sido obra de personas: la exclusión, la persecución y la deportación y, finalmente, el asesinato de seis millones de judíos”, señala Ronald Leopold, director de la Casa de Ana Frank, aquella de la calle Prinsengracht, sede de la compañía Pectacon, que había creado su padre para comercializar pectina para mermeladas tras huir de Alemania en 1933.
Ana Frank, su casa, su famoso ‘Diario’, recuerdan a dónde “puede llevar todavía el antisemitismo, el racismo y la discriminación, en sus formas extremas”, sostiene Leopold. “La Casa de Ana Frank y su ‘Diario’ no son exclusivamente para recordar a Ana Frank y la historia de su época –prosigue–, sino que invitan además a la reflexión, toma de conciencia y significación del presente”. Leopold cita una frase de Otto Frank, el único superviviente, que está en el origen de la Casa de Ana Frank y su apertura al público en 1957: “Lo que sucedió no puede ser compensado. Pero tenemos que aprender del pasado”.
Una década antes, Otto, había publicado el ‘Diario’ en holandés, lengua en la que lo escribió su hija, y en 1954 apareció la edición en alemán. “Donde hay esperanza, hay vida. Nos llena con valentía y nos hace fuertes de nuevo”, llega a decir Ana. Sigue siendo uno de los libros más leídos del mundo y –como afirmó el editor Mariano Aguirre– “uno de los testimonios más conmovedores de una víctima del delirio a que llegó el mundo por la acción de los nazis”. Miep y Elli, amigas de Ana, lo encontraron en el “anexo secreto”, junto a doce relatos y una novela inconclusa.
“Lo escribe hasta el 10 de agosto de 1944. Tres días después, hacia las diez y media, irrumpe en el anexo la Grüne-Polizei, y sus ocho habitantes, más sus protectores Kraler y Koophuis, son arrestados y enviados a campos de concentración. El fascista holandés que los denunció ganó 60 florines, 7,50 por cabeza, por entregar al grupo”, resume Aguirre. El viaje de Ana es el itinerario de la abyección, entre campos de concentración y exterminio: Westerbock (Holanda), Auschwitz (Polonia) y Bergen-Belsen (Alemania).
Aún hoy sigue sin conocerse qué día murió Ana Frank. El 27 de enero de 1945, los soviéticos liberaron Auschwitz, donde casi un millón de judíos fueron asesinados en cámaras de gas. Solo cuatro meses antes, en septiembre, Ana, que ya había cumplido 15 años, había sido enviada a Bergen-Belsen junto a su hermana, Margot. Entre finales de febrero y principios de marzo de 1945, murieron por una epidemia de tifus y por el dolor, el frío, el drama, la miseria, la vergüenza, el odio del nazismo. Margot cae primero. Ana, calva, desnuda, hambrienta, lo hace algunos días más tarde. Aquel 12 de junio habría cumplido 16 años.
Un espíritu amable y gentil
“Cada uno tiene dentro de sí mismo algo bueno. ¡Tú no sabes lo maravilloso que puedes ser! ¡Lo mucho que puedes amar! ¡Lo mucho que puedes lograr!”, se lee en el ‘Diario’. El ejemplo, su vida, florece ante su muerte, como sucede con las mártires, como fue Edith Stein. “Lo que siempre hemos pretendido es que nuestros visitantes conozcan a Ana no solo como una víctima, sino a través del prisma polifacético de una vida, como adolescente, como escritora, como símbolo de resistencia y fortaleza. Esperamos que contemplen el contexto que configuró su vida”, afirma Leopold. Ana Frank le daría la razón; no en vano, escribió: “Al final, el arma más aguda de todas es un espíritu amable y gentil”.