Cristianos y musulmanes: la alianza de los dátiles

La religiosa de las Hijas de Jesús, con algunas de las mujeres musulmanas que acuden a la

El salón está cada vez más oscuro, pero el sol aún no se ha puesto. Ana García, religiosa de las Hijas de Jesús, nacida en Burgos, lleva muchos años ya en Almería plantando cara a una de las situaciones más desgarradoras de Europa en el último cuarto de siglo: una crisis migratoria que acaba con miles de vidas en el mar cada año. Como cada viernes, esta religiosa está viendo una película junto a los jóvenes que la acompañan en la sesión de cinefórum que preparan en la Asociación Intercultural de Mujeres Nakani.



De pronto, suenan las alarmas. La película se para: ha caído el sol. Ha llegado el momento de que estos jóvenes, musulmanes, rompan el ayuno con dátiles y agua. “¿Cómo lo vivimos? Con total normalidad”, dice a ‘Vida Nueva’ al otro lado del teléfono desde Roquetas de Mar, donde este proyecto, en el que confluyen dos congregaciones religiosas y agentes seculares tiene una casa para hombres y otra para mujeres que, debido a la realidad migratoria del lugar, suelen ser mayoritariamente musulmanes.

Después de los dátiles y el agua, siguen con la actividad hasta las 19:30 horas, momento en el que tienen que rezar. “Es viernes, así que es un día especial para ellos”, dice la religiosa. Y es que, aunque Nakani no es una asociación confesional, “sí somos personas creyentes las que formamos parte de ella, y, para nosotros, la dimensión espiritual de todos los que llegan es muy importante, más allá de cómo vivan esa espiritualidad o de cuál sea su tradición religiosa”, relata. “Aquí estamos, acompañando como podemos”, celebrando también con ellos el fin del Ramadán, “igual que ellos nos acompañan en la Navidad u otras fiestas”.

La religiosa de las Hijas de Jesús, con algunas de las mujeres musulmanas que acuden a la

Tras muchos años trabajando en una de las mayores fronteras que existen, la de la migración, García asegura que el contacto con ellos es “una experiencia sumamente enriquecedora”, también a nivel de fe. “Es muy importante que podamos acompañar la experiencia de fe desde sus claves o desde las nuestras, y que no lo vivamos ni como dificultad, ni como rivalidad, ni con la necesidad de convertir a nadie a nada. A mí se me alegra el alma cuando nos felicitan la Navidad, o ellos mismos reconocen que Dios solo hay uno. Claro, luego están las diferentes tradiciones religiosas, pero lo importante es que la persona descubra esa experiencia de relación con el trascendente que da sentido”, subraya.

Sobre todo, para García se ha convertido en algo muy importante el reconocer la forma en la que se vive la fe cuando se ha perdido todo. “Es impresionante cómo expresan la experiencia de sentir a Dios presente en sus vidas en medio de tanta dificultad, de tanto sufrimiento, de tanto motivo para la desesperanza: sienten que Dios está en sus vidas y que les acompaña”, reconoce. “La experiencia de un Dios que les acompaña en la migración es tremenda”, continúa, “y no solo desde que salieron de su casa y llegaron aquí, sino en el hecho de que, después de tanto sufrimiento para llegar, el dolor no acabe, porque la situación que encuentran al llegar a España es tremendamente difícil también”, explica.

Ramadán

Y es que muchos de los jóvenes con los que trabaja encuentran en nuestro país condiciones realmente duras. “A veces, ahora que estamos en pleno Ramadán, preguntas por alguien y te dicen que no ha venido porque, después de trabajar todo el día en un invernadero, en las condiciones en las que están, se ha quedado en casa descansando. El ayuno, unido a trabajos tan duros, puede ser tremendo”, afirma García. Pero ellos continúan. Y esto, para la religiosa, llega incluso a cuestionar su experiencia como creyente y la de la Iglesia misma.

“Es decir –se pregunta–, ¿realmente nosotros transmitimos esa experiencia de sentir a Dios tan presente en nuestra vida como alguien tan nuclear y tan importante? En un mundo donde “culpabilizamos, estigmatizamos y vivimos con miedo a lo diferente”, lamenta, el sencillo gesto de parar la película para comer unos dátiles es esperanzador. “Demuestra que podemos vivir juntos. Contado así, puede sonar muy bonito, pero también es una llamada a seguir creciendo en ese camino, porque hay mucho que seguir avanzando”.

Pisos que son hogares

Algo similar ocurre a muchos kilómetros de distancia, en Madrid, en Garelli-Refugio –un proyecto de Pinardi Boscosocial que brinda acogida a jóvenes solicitantes de protección internacional–, donde hay actualmente 20 jóvenes conviviendo en unos pisos que, gracias al trabajo del equipo educativo y de los salesianos, se han convertido en hogares en los que la convivencia interreligiosa es posible, positiva y edificante.

Noelia Hidalgo, coordinadora del programa Garelli-Refugio explica cómo se ha vivido en los pisos este mes de marzo, en el que ha coincidido la Cuaresma cristiana con el mes sagrado de los musulmanes. “Hemos vivido momentos de oración interreligiosa, espacios de ayuno y reflexión en comunidad”, dice Hidalgo. “Desde el equipo educativo, preparamos con mucha ilusión estos espacios, ya que para muchos jóvenes se trata de su primer Ramadán fuera de casa, sin su familia y sin los seres queridos cerca”. Por eso, asegura, “nos proponemos hacerles sentir como en casa, en un lugar seguro, donde puedan convivir en un ambiente de hogar y de familia”.

Ramadán

Para ello, el equipo educativo de Garelli-Refugio comparte con ellos en los momentos de ruptura del ayuno, pero también lo hace en la preparación del mismo y promueve espacios “para compartir el valor de la fe, la misericordia y la presencia de Dios”. “Comparto fe con los jóvenes con los que trabajo y, para mí, es un regalo que en meses como los del Ramadán pueda ayunar y luego sentarme con ellos a la mesa, que podemos unirnos en los momentos de rezo y oración”, señala otro de los educadores de Garelli-Refugio, Abdelmajid El Maarouf Ezzaheir, también musulmán y que trabaja desde hace tres años en este proyecto que, para tantos jóvenes, es un hogar. “Cuando vuelvo de clase, huele a casa, me recuerda a cuando era pequeño y volvía del colegio”, dice M. uno de los chicos acogidos en el proyecto.

Quien siempre está ahí para vivir estos momentos especiales con los chicos es Farruco Rodríguez, salesiano y coordinador de las plataformas sociales de la Inspectoría Salesiana Santiago el Mayor (SSM), quien no duda en sentarse a la mesa a romper el ayuno con los chicos. “En la pedagogía salesiana se pone en valor el encuentro personal, que nos permite conectar entre nosotros y nos refuerza en el respeto, la tolerancia y la empatía”, explica el religioso. Por eso, “el ‘me basta que seáis jóvenes para amaros’ de Don Bosco fluye de manera natural y hace que la mirada se enfoque y se centre en la persona del joven y no sea un condicionante el credo que confiese”. En este sentido, “la convivencia interreligiosa marca de manera positiva las relaciones y las formas con que nos tratamos, que nos hacen más sensibles y pendientes unos de otros, cuidando los gestos más rutinarios y el diálogo entre todos los convivientes”.

Ramadán

Es importante resaltar que esta convivencia no se produce, en ningún caso, tal como asevera Rodríguez, con intención apologética. “Se hace con total honestidad, respeto y apertura, con la convicción de que esto ayuda en el proyecto personal que cada joven va desarrollando”. “Somos conscientes –añade– de que no todo es lo mismo, reconocemos que nuestra opción no es el eclecticismo ni el relativismo, ponemos en valor la convivencia interreligiosa en el marco del respeto a la persona y de un proceso educativo que acompaña todas las dimensiones del ser humano”.

También en el cole

En el colegio donde Manuel Jiménez trabaja como profesor de Religión, en Las Norias de Daza (Almería), el 80% del alumnado es marroquí. “Tenemos una población más pequeña de Guinea-Bissau, y el resto son españoles”, apunta, aunque se refiere a que esos alumnos tienen abuelos españoles, porque la mayoría, aunque provienen de África, han nacido aquí. En este sentido, la celebración del Ramadán está totalmente normalizada. “Por ejemplo, un día cualquiera llega el recreo, uno abre su táper y tiene un bocadillo de salchichón y el otro tiene un bocadillo de tomate con atún, y están comiendo tranquilamente y sin ningún problema”.

Por eso, cuando llega el Ramadán, “también se aborda con normalidad, porque incluso, aunque es raro, puede darse el caso de que un alumno nunca haya convivido con ello, y se le explica que es como nuestra Cuaresma, se le dice cuáles son las similitudes, las diferencias, por qué se practica… Y a los alumnos musulmanes, en su clase de religión, la profesora les explica lo contrario”, añade.

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