La comunidad de Santa Rita de Castilla, en el Vicariato de Iquitos, en plena Amazonía peruana, cuenta con la presencia fecunda de varios misioneros agustinos españoles, como el zamorano Luis Fernández García y el leonés Miguel Ángel Cadenas, que además es su obispo.
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Tras pasar su infancia en el pueblo zamorano Sitrama de Tera, el primero de ellos vive desde hace casi una década en la selva amazónica. Un cambio vital extraordinario para el común de los mortales, pero no para un misionero, pues para él empezó a tomar forma cuando, “a los 11 años, fui al seminario menor de los padres agustinos en Valencia de Don Juan (León). Ahí comenzó mi inquietud espiritual y fue donde Dios me preparó, por medio de los hermanos, para también vivir yo los votos de pobreza, obediencia y castidad”.
Nueve años de espera
Una vocación que, muy pronto, fue “misionera”, pues “muchos de los padres que nos cuidaban y educaban eran misioneros. Sin olvidar a los otros muchos agustinos que, cuando venían a España, se pasaban por el seminario para transmitirnos su experiencia fuera”. Marcado por la fuerza de ese “testimonio” (“ver cómo vivían los frailes me impacto mucho, sobre todo el trato que se tenían entre ellos”), hizo los votos solemnes y luego se ordenó sacerdote. Su primer destino fue la localidad madrileña de Móstoles, “para hacer un curso intensivo de formación misionera”. En teoría, al cabo de un año partiría ya para la misión, pero transcurrieron nueve cursos, que pasó en un colegio y una parroquia en Zaragoza.
Hasta que llegó para él un momento clave: “El capítulo general que los agustinos celebramos cada cuatro años”. Sintiendo a pleno pulmón que “era la hora de que la semilla que me inculcaron en el seminario menor floreciera”, lo dialogó con el entonces provincial y una ventana vital se abrió de par en par: Iquitos, Perú.
Marcado por una ilusión sin límites, Fernández ha tratado de encarnarse en su gente: “Una palabra lo define todo: moldearse. Hay que dejarse moldear por la realidad que ves. Esto conlleva un proceso interior. Romper con ideas que tenías establecidas y tener una mente muy abierta, lo que invita a descubrir la actuación de Dios en la vida cotidiana”.
Presencia de los espíritus
Algo que el agustino ilustra con un ejemplo: “Un animador cristiano, de los que convocan y presiden a sus comunidades y están en estrecha relación con la parroquia, me decía: ‘La vida cristiana en la selva no se entiende sin los espíritus’. Y lo acepto, pues realmente los lugareños lo viven así: cuando se adentran al monte y van a hacer sus labores, piden permiso a los espíritus. Lo mismo sucede con cada planta, árbol, cocha (laguna donde hay peces para la subsistencia diaria) cuando se benefician de ellas”.
Así, cuando “profundizas”, te encuentras con una cosmovisión marcada por “una armonía con la creación”. En consecuencia, “entender esta forma de vida es fundamental para insertarse en la realidad y dar razón de ella desde el Evangelio”.
Como pastor, “he aprendido a ser menos dogmático y más crítico y reflexivo. He descubierto que nadie es dueño de la verdad. Y también que Dios está presente en todas las culturas y te invita a que lo descubras. En este descubrir, encuentras a un Dios creador que establece la armonía, humilde, fiel y que te invita a estar con los más desfavorecidos cuando la naturaleza pierde su armonía. En medio de la inmensidad de su creación, como es la selva, lo sientes en cada respiro que das”.
Relación con la brujería
En ese caminar, hay que afrontar todo tipo de realidad, como “la brujería, que está muy arraigada en la selva. Hay médicos (brujos) buenos y malos. Cuando alguien tiene algún trauma o le sucede algo, va al médico para que le sople y le restaure. Pero también ese mal muchas veces es visto por alguien que le está haciendo daño (médico malo). Ante esta situación, en la parroquia hemos tenido que mediar, acompañando a jóvenes que se sienten poseídos o a quienes quieren echar de su comunidad”.
A veces, las circunstancias son muy complejas: “Ante la gente que se ahoga en el río y no aparece su cuerpo, se tiene la concepción de que va a vivir a comunidades que habitan debajo de las aguas… Lo mismo ocurre cuando van a trabajar a la cocha (la laguna), donde sienten que está la madre. La equiparan a la boa negra, pues ella es responsable de la armonía y, en definitiva, de que haya peces para el sustento. Si en la cocha no hay peces o se seca, creen que es porque esta se ha enfadado o ha huido a otro lugar”.
Ante estas realidades, que “nos moldean y nos hacen reflexionar para dar respuesta desde el Evangelio”, Fernández insiste en que no se trata de cambiar a la gente, sino simplemente de vivir con ella. Lo que solo se puede hacer con una actitud de base: “Con alegría y agradecimiento. Los agustinos llevamos mucho tiempo en la selva. El reír y llorar con ellos nos ha llevado a estar en las buenas y en las malas. Eso lo valoran mucho y descubren en la Iglesia a un firme aliado en la defensa de sus derechos y, por tanto, a un Dios muy cercano. Es llamativo que, cuando en las comunidades sucede algún conflicto o situación difícil, a la primera institución que recurren es la parroquia”.
Tres décadas de presencia
El agustino leonés Miguel Ángel Cadenas, obispo de Iquitos, es otro conocedor directo de esta realidad amazónica: “Llevo 30 años aquí, de los que los primeros 20 los pasé con el pueblo indígena kukama, en el Bajo Marañón, estando ya esta última década en la ciudad, recibiendo la designación episcopal hace tres”.
Como Luis Fernández, él también se formó con los agustinos en su seminario menor de Valencia de Don Juan. Y ahí se empezó a fraguar su destino: “Venían muchos misioneros y nos contaban unas historias que a los oídos de un niño sonaban como música celestial”. Al cumplir los 18 años, entró en el noviciado agustino en Valladolid y, al concluirlo, fue designado, también como Fernández (hoy compañero suyo en Iquitos), párroco en una comunidad de Móstoles.
Hasta que su vida dio un giro copernicano cuando fue mandado a la misión en Perú: “Llegué al Bajo Marañón en 1994, en un contexto en el que Sendero Luminoso había sido derrotado. El terrorismo no había tenido incidencia en nuestra zona, pero la estructura estatal sí se había visto fuertemente debilitada. Desde entonces, poco a poco llegó, a nivel nacional, un crecimiento económico, aunque ha sido bastante desigual”.
Empuje de los animadores cristianos
A nivel pastoral, se encontró con “una parroquia, la de Santa Rita de Castilla, muy bien organizada, dirigida por agustinos y por religiosas de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, cuya influencia ha sido muy notable en toda la Amazonía peruana, aunque ya tienen pocas vocaciones y han debido ir cerrando casas. También eran fundamentales los animadores cristianos, que son claves en mi vida, pues presiden la comunidad cristiana y celebran la Palabra de Dios los domingos en numerosos espacios, pues hay que tener en cuenta que hablamos de unas 100 comunidades [hoy son 60] y hay pocos sacerdotes”.
Otra respuesta era “la sanitaria, contando con un equipo de parteras y con ‘Movilizadores’, un programa apoyado por UNICEF y que promovía la salud materno-infantil”. Con el tiempo, “según el Estado ha ido recuperando fuerza e implementando sus propios programas médicos, hemos podido repensar nuestra presencia y apostado por la defensa de los derechos de los indígenas, acompañando sus asociaciones y formando a sus líderes”.
De ahí que se congratule por los avances: “Cuando llegué, por la discriminación que sufrían, muy pocas comunidades se presentaban como indígenas. Ahora, poco a poco, gracias al acompañamiento y a estar muy atentos a todo lo que nos transmiten los animadores cristianos, podemos apoyar del mejor modo a quienes sufren el principal impacto de la extracción petrolera”.
Imbuidos de la lengua y la cultura nativas
Trabajando mucho en el aprendizaje del lenguaje e imbuyéndose de la cultura nativa, uno pronto se da cuenta “de que aquí late una ontología animista, en la que hay espíritus por todos los lados… Y eso explica algo muy importante: los kukama no clamaban ante los derrames petroleros porque aceptaban que Dios iba a castigar ese ataque a la naturaleza dando la vuelta a todo, regresando a la vida los que vivían bajo el agua del río y descendiendo a este todos nosotros, en una especie de ‘gran reinicio’. Algo chocante para los europeos, que tenemos una ontología naturalista, pero que nos ayudó mucho para saber a quiénes acompañábamos”.
Gracias a los animadores cristianos, “que han tenido mucha paciencia con nosotros y nos han indicado el camino para que podamos saber acompañarles. Así, por ejemplo, gracias a conocer esa creencia, por la que entienden que quien cae en el río no se ahoga, sino que vive en él y tiene allí su propia familia, estando interconectado con la de la superficie, pudimos valorar esta importancia del agua y ayudar a una comunidad indígena a interponer una demanda para que el Estado peruano consultara a la población antes de implementar una hidrovía en el territorio”. Tras conseguir paralizar ese proyecto, han logrado otro hito, “con la sentencia de una juez que ha considerado al Marañón como titular de derechos, debiendo ahora ratificarlo un juzgado de Iquitos”.
Espiritualmente, el obispo agustino también se siente interpelado: “Ahora me sobrecoge leer el Evangelio y comprobar como Jesús se dirige al viento y al mar en los mismos términos en los que lo hace con el demonio. Por lo que he aprendido con los kukama, ahora también aprecio ese matiz y los veo como sujetos. De hecho, en los salmos y en otros muchos pasajes está presente esta posible interpretación. Ahora leo la Biblia con los ojos de los animadores cristianos”.
Respetan mucho a los religiosos
Otro aspecto es que aprecia cómo “la gente, consciente de que vive rodeada de espíritus buenos y malos, nos respetan mucho a los religiosos, pues sienten que les protegemos de los demonios. Y eso se ve en lo mucho que valoran nuestra oración y nuestras celebraciones… No les pesa que puedan ser largas, sino que lo agradecen, pues valoran que, mientras duren, están protegidos espiritualmente”.
Algo en lo que han ido “aprendiendo, ya que al principio, en los encuentros con animadores cristianos y líderes evangélicos, los sacerdotes, por esa herencia occidental, apenas hacíamos referencia a Dios y abreviábamos en nuestras ceremonias. Todo lo contrario de los pentecostales, lo que nos ayudó a reflexionar. Finalmente, supimos ver bien que nos querían, no solo como asesores en su lucha, sino como hombres de fe que les protegen y dan fuerza”.
La gran consecuencia de esto debe ser el rito amazónico, sobre el que cree que “se ha avanzado mucho y se ha elaborado un buen documento. Estamos en una fase en la que se está dando a conocer en las distintas jurisdicciones, en espera de que sea aprobado definitivamente en diciembre en Roma, tras el que seguirían tres años ‘ad experimentum’. Para ello, algo muy importante es que lo sacerdotes hagamos como los chamanes, que en sus ritos emplean las palabras justas y exactas, en el orden oportuno y con los gestos adecuados. Así se vive en la cultura indígena y así hemos de hacerlo”.
Modo propio de comulgar
Otra circunstancia es “aceptar que, al comulgar, muchos de ellos extienden su mano y cogen la hostia consagrada con el pulgar y el índice. Eso, lejos de ser una falta de respeto, es una muestra de su identidad, por la que, al ‘agarrar’ algo, lo hacen propio”.
Un último ejemplo es muy significativo: “Cuando un chamán quiere hacer daño a alguien, su conjuro es en latín, idioma heredado de los antiguos misioneros y que nadie conoce. Ellos creen que, para que este pierda efecto, otro consagrado debe formularlo en ese mismo idioma. Sabiendo esto, nosotros, los herederos de quienes hablaban en latín, debemos cuidar mucho las palabras que decimos, siendo muy bueno que utilicemos la lengua que les es natural”.
De ahí su conclusión: “La inculturación no depende tanto de los misioneros, sino que es aún más importante estudiar, reflexionar y discernir qué hace la gente con el cristianismo que transmitimos. Un camino en el que son los animadores cristianos los que nos llevan de la mano de Dios”.