La parroquia de Santa Anna, el único techo para los migrantes ex tutelados en Barcelona

Parroquia de Santa Anna en Barcelona

Estos días, Carlos Mazón ha llegado a un acuerdo con Vox para aprobar los presupuestos autonómicos a cambio, entre otras cosas, de “eliminar todas las subvenciones a las ONG que ofrezcan apoyo a la inmigración ilegal”, reiterando que “la Comunidad Valenciana no aceptará ni un mena [menor extranjero no acompañado] más”. A la vez, el Gobierno central de Pedro Sánchez y Junts han pactado que, de los 4.000 menores inmigrantes que permanecen solos y que deberán ubicarse por todo el país, solo irán a Cataluña un máximo de 30.



Mientras, en la parroquia barcelonesa de Santa Anna se vive una realidad muy diferente. Allí, como explica a Vida Nueva su párroco, Peio Sánchez, “tratamos de ser un hospital de campaña”. Para ello, “llevamos ocho años con nuestras puertas abiertas a diario para acoger y acompañar a quienes lo necesitan”.

Compromiso de 340 voluntarios

Tal ola fraterna es posible gracias al compromiso del alrededor de 340 voluntarios que obedecen a gran variedad de perfiles: sanitarios, docentes, psicólogos, trabajadores sociales, peluqueros, jóvenes, jubilados… Gracias a esta diversidad y a la pasión común por caminar al lado de quien sufre, “en 2024 pasaron por aquí más de 2.500 personas que fueron acompañadas en los servicios del comedor, las duchas o el ropero, recibiendo también atención médica, acompañamiento en salud mental u orientación laboral”.

Parroquia de Santa Anna en Barcelona

Parroquia de Santa Anna en Barcelona

Igualmente, en ese acompañamiento integral a la persona, ponen en marcha “desde hogares de acogida hasta equipos de deportes”, siendo claves “el seguimiento social o el soporte espiritual”. Una tarea que, para Sánchez, “solo es posible por una comunidad amplia de creyentes y no creyentes, y donde contamos también con algunos amigos musulmanes. Un signo para estos días, donde nos excluimos y nos enfrentamos”.

Estaban tutelados en Canarias

Además, en las últimas semanas, atienden a jóvenes inmigrantes que estaban tutelados en Canarias mientras eran menores de edad y que, al cumplir los 18 años, se ven en la calle, completamente desprotegidos. Una historia que el sacerdote personaliza en Omar y Lamin, que “llegaron al atardecer de un miércoles. El día anterior se habían enterado de que, alcanzada la mayoría de edad, ya no tenían derecho a ser acogidos ni a tener la documentación en regla”.

De pronto, “les dijeron que les dejarían en Barcelona, ciudad de la que solamente tenían noticias por el Barça, su equipo preferido, y donde no tenían ni familia ni amigos”. Hasta el punto de que, sin margen para asimilar su nueva situación, “la educadora de un centro de acogida de la entidad de Servicios Sociales que había tenido su custodia por delegación del Gobierno canario les había abandonado en el aeropuerto del Prat horas antes”.

“Como tus hijos, tienen nombre”

Sánchez pone en valor que “no eran dos migrantes que habían llegado a nuestro país como menores no acompañados… Eran Omar y Lamin”. Y es que, “cuando se habla de porcentajes de migrantes que llegan, que mueren en el trayecto o que deambulan por nuestras calles, se olvida que tienen nombre. Citar ese nombre nos recuerda su dignidad personal; aquella que Dios nos ha regalado, que los tantas veces olvidados derechos humanos sellan jurídicamente y que tapamos tras conceptos abstractos o cifras para después adobarlos con la ideología de turno. Es muy sencillo: como tus hijos, tienen nombre. Son Omar y Lamin”.

Además, con ellos estamos ante un caso realmente especial: “Se conocieron en Canarias en el centro educativo, pero ya tenían muchas cosas en común. Los dos eran de Gambia y ambos nacieron el mismo día, el 22 de febrero del 2007. Sus madres les dejaron salir de su tierra tras una dura sequía que les impedía sostenerlos y los dos llegaron en pateras diferentes tras ocho días de incierta travesía por el mar”.

Pesadillas cada noche

Pensando en esa dura experiencia, el presbítero valora que “el mar deja heridas en el cuerpo, pues el agua salada va llagando las piernas sumergidas durante horas y horas en un barco destartalado e inundado. Pero también deja heridas en el alma… En el caso de ambos, más de año y medio después, siguen despertándose cada noche con la pesadilla de que se están ahogando en las aguas oscuras”.

Parroquia de Santa Anna en Barcelona

Parroquia de Santa Anna en Barcelona

Seguramente, les ayudó a salir adelante “todo lo que habían luchado. Omar trabajaba la tierra ayudando a su madre y ahora habla con un nivel aceptable de castellano, dejando atrás el mandinga de su tierra. Lamin había estudiado idiomas y habla cuatro, entre ellos perfectamente el inglés. Omar hizo cursos de ayudante de cocina y camarero. Lamin nos mostraba con orgullo sus diplomas de mozo de almacén y de auxiliar en mantenimiento. Su ilusión y su meta es poder trabajar, pero los abandonaron sin documentación alguna para poder hacerlo”.

Duermen en un alberque municipal

Su situación sigue sin ser fácil, pues “ahora duermen en un alberque municipal. Desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde, en los que este equipamiento cierra, están con nosotros”. Un tiempo en el que buscan ofrecerles un acompañamiento integral, aunque sin perder de vista que “la urgencia es aclarar su situación burocrática y reactivar la renovación de sus permisos de residencia y de trabajo. Todavía nos quedan unos días para que no se queden en la calle, como las 400 personas que atendemos cada día y que carecen de un hogar”.

En este sentido, “la acogida de Omar y Lamin renueva el compromiso de acompañar a los heridos de todo tipo. Por la puerta de nuestra iglesia entran sin distinción los que vienen a la misa y los que se quedan para comer o curar sus llagas. Aquí tenemos dos sagrarios: el de la Eucaristía y el de los pobres, y ambos están en el centro de un templo donde vivimos cada día el misterio de la encarnación de Dios en la carne de tantos amigos sin techo”.

Una tarea en la que continúan el legado de la religiosa Viqui Molins, recientemente fallecida e “inspiradora de esta respuesta de la parroquia. Ella nos pidió que continuáramos con ‘los nuestros’: las personas sin hogar, los jóvenes migrantes indocumentados, las mujeres heridas por ser mujeres o los presos solitarios”.

Fotos: Lluís Rugama.

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