En un tiempo de “incertidumbres”, el Concilio de Nicea continúa llamando a “ensanchar el corazón y la mente”

De cara a su 1.700º aniversario, la Comisión Teológica Internacional ha difundido el documento ‘Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador’

Papa con Patriarcado Ecuménico de Constantinopla

El 20 de mayo del año 325 se celebró la apertura del Concilio Ecuménico de Nicea, que fue el primero de todos y que se desarrolló en un tiempo en el que la Iglesia era solo una. Entonces, pese a los agitados debates teológicos que siempre ha habido en estos dos milenios desde el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, no parecían atisbarse los cismas que, con el tiempo, la acabaron dividiendo, emergiendo la Iglesia ortodoxa y diversas evangélicas.



De cara a este 1.700º aniversario, la Comisión Teológica Internacional (CTI) ha difundido este 3 de abril un significativo documento que se titula ‘Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador’. En él se enfatiza que del Concilio de Nicea “surgió el Credo, que, completado por el Concilio de Constantinopla en 381, se convirtió en el documento de identidad de la fe en Jesucristo profesada por la Iglesia”.

Jubileo y Pascua compartida

Además, coincide que el aniversario “se celebra en este año jubilar, centrado en ‘Cristo nuestra esperanza’”, y se da la circunstancia de que “todos los cristianos, en Oriente y en Occidente”, celebrarán el mismo día la Pascua de Resurrección (este año, por casualidad, la fecha cuadra en los calendarios juliano y gregoriano).

Motivos más que suficientes para percibir una luz de esperanza y fraternidad “en un momento histórico como el que vivimos, marcado por la tragedia de la guerra y por innumerables angustias e incertidumbres”. Así, frente a todo ello, emerge “lo esencial para los cristianos, lo más bello, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”; esto es, “la fe en Jesucristo proclamada en Nicea”.

Para la CTI, “se trata no solo de recordar el tenor y la significación del Concilio, sin duda de capital importancia en la historia de la Iglesia, sino también de sacar a la luz los extraordinarios recursos que el Credo, profesado desde entonces, conserva y relanza en la perspectiva de la nueva etapa de evangelización que la Iglesia está llamada a vivir”.

Cambio de época

A su vez, el objetico es “poner de relieve la apreciable pertinencia de estos recursos para una gestación responsable y compartida del cambio de época que afecta a la cultura y a la sociedad en todo el mundo”. Y es que “la fe profesada en Nicea nos abre los ojos a la novedad disruptiva y permanente que se produjo con la venida entre nosotros del Hijo de Dios”.

Concilio Ecumenico De Nicea

Del mismo modo que “nos impulsa a ensanchar el corazón y la mente para acoger y negociar con el don de esta mirada decisiva sobre el sentido y el destino de la historia”. Todo “a la luz de ese Dios” que, “por medio de su Hijo unigénito”, “nos hace también partícipes de ella por su encarnación, sobre todos, derramando generosamente y sin exclusión el soplo de la liberación del egoísmo, de la relación en apertura recíproca y de la comunión del Espíritu Santo, más allá de toda barrera”.

Buscando poner en el centro de todo “la fe que testimonia y transmite el Concilio de Nicea”, esta se recoge en su plenitud al encarnar “la verdad de un Dios que, siendo amor, es Trinidad y que en el Hijo se hace uno de nosotros por amor”.

Fraternidad entre personas y pueblos

Desde ahí, desde “el principio auténtico de la fraternidad entre las personas y los pueblos”, las Iglesias cristianas apelan a “la transformación de la historia a la luz de la oración que Jesús dirigió al Padre en la inminencia del don supremo de su vida por nosotros: ‘Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno’ (cf. Jn 17,22)”.

En definitiva, “el Credo de Nicea constituye, en el corazón de la fe de la Iglesia, una fuente de agua viva de la que beber también hoy para entrar en la mirada de Jesús y, en Él, en la mirada que Dios, el ‘Abbá’, tiene sobre todos sus hijos y sobre toda la creación”. Empezando “por los más pequeños, los más pobres y desechados”.

Puesto que, “en Nicea, por primera vez, la unidad y la misión de la Iglesia se expresaron de modo emblemático a nivel universal (de ahí su calificación de Concilio ecuménico) en la forma sinodal de ese caminar juntos que le es propio”, se concluye que este es “un punto de referencia e inspiración autorizada en el proceso sinodal en el que hoy está inmersa la Iglesia católica”.

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