El día de su jubilación como profesora de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas –a donde llegó “por accidente” el curso 1987-1988, convirtiéndose en la primera mujer que se incorporó a su Facultad de Teología– Dolores Aleixandre (Madrid, 1938) se prometió “echarle valor” para no ceder a la tentación de la amargura ni la nostalgia.
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Hoy, 18 años después, cuantos gozamos de su presencia y su sabiduría vital podemos dar fe de que lo ha cumplido con creces. Entonces confesaba que, junto a “evidentes pérdidas” (su disfonía se lo recuerda a diario), se presentaba una etapa de “nuevas oportunidades”.
Y no ha dejado de aprovecharlas: escribiendo, conduciendo ejercicios espirituales y retiros, y participando en todo tipo de encuentros en torno a la vida religiosa, la presencia de la mujer en la Iglesia y, muy especialmente, la Biblia. Ese libro sagrado en el que reconoce tantos “rostros y nombres familiares que encontraron gracia a los ojos de Dios”, y que ella –como la protagonista de ‘La rosa púrpura de El Cairo’– decidió hacer suyos pasándose “al otro lado de la pantalla” para vivir en primera persona esos relatos.
Ahora, tan admirable habilidad para conectar el mensaje de la Escritura con la vida de la gente, que revela “su compromiso como mujer consagrada en el ámbito de la Teología y la Pastoral”, ha sido distinguido con el Premio Carisma de Formación y Espiritualidad de la CONFER. Un Carisma –del griego ‘charis’ (“gracia”, “favor”…)– que a ella le recuerda que “Dios no puede remediar que le caigamos en gracia, más allá de si somos buenos, malos o regulares”.
Acción de gracias
Y que “esa noticia –como compartía en sus palabras de agradecimiento, por boca de Rosa Ruiz, tras recoger el galardón– se lleva por delante el discurso cansino de los méritos y las recompensas, con sus estribillos tóxicos del ‘te lo mereces’ o ‘porque tú lo vales’, y podemos echar a andar por las amplias avenidas de lo gratuito, lo abierto y lo magnánimo”.
Quienes mejor la conocen y han compartido con ella años de docencia y amistad, la describen como “una persona abierta, alegre, acogedora, que permite el diálogo…”. Elogios que Dolores devolvió, premio en mano, con su particular acción de gracias (‘eucharistía’), agradeciendo “de corazón a Dios que me quiera tanto través de mis hermanas y mucha gente amiga. Y que me esté regalando este tiempo final ‘en modo sabat’, con tanta anchura para rezar, leer, escribir, escuchar y conversar”.
Sin olvidar esa otra “gracia”, un sentido del humor que se derrama en su sonrisa, sus gestos y sus palabras, y que le permite “aventurarse en lo desconocido y encajar la dureza de la vida sin perder la ternura”.