“Quiero profesar una fe liberadora sin miedo a embarrarse por los otros, sin caretas, que rompe las cadenas que esclavizan a la persona y que atan el alma”. Con estas palabras el sacerdote y periodista, Antonio Montero, arrancó sus palabras de agradecimiento por el Premio Carisma de Comunicación. Director desde hace seis años de Pueblo de Dios, el programa más longevo de Televisión Española, solo superado por Informe Semanal, cada domingo refleja a través de ‘La 2’ precisamente esa fe que libera a tantos en rincones olvidados del planeta. “Tengo la suerte desde hace unos años de ser testigo de cómo con vuestros carismas se van liberando y desatando muchos de esos nudos”, compartió Montero.
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A partir de ahí, este gaditano de La Línea de la Concepción nacido en 1979 reivindicó que “la vida religiosa es un bien de servicio público para toda la sociedad y el programa ‘Pueblo de Dios’ de Televisión Española que me enorgullece dirigir es simplemente una ventana al mundo para seguir comunicando con esperanza esos talentos vuestros carismáticos y proféticos”. Quinto director de un buque que han dirigido José Luis Martín Descalzo, Eduardo Gil de Muro, José Luis Gago y Julián del Olmo, Montero no solo es el alma de este espacio televisivo.
El capellán de la tele
Liderando este espacio que acumula más de 1.400 horas de emisión y unas cuantas vueltas al mundo mostrando los rostros de los ‘anawin’, también ejerce de alguna manera de ‘capellán’ de quienes trabajan en el ente público, un puente entre la Iglesia y la sociedad a través de un medio de comunicación de referencia desde una misión encomendada por la Conferencia Episcopal Española.
Con estas coordenadas, este licenciado en Periodismo, Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, desveló en el auditorio CaixaForum de Madrid que el galardón recibido “es especial para mí porque también es un recordatorio, una llamada de atención para no bajar la guardia, para seguir luchando para dar a conocer vuestro sagrado compromiso por las personas pues más esenciales de este mundo, que son los olvidados y los invisibles de los hombres, que no de Dios”. Así lo vive, lo ve y lo registra a través de las cámaras este cura comunicador convencido de una Iglesia samaritana que “no hace distinción de personas ni de credos, sino que reconoce a toda persona que tiene delante como el prójimo”.