JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Ese debería ser su hábitat natural. Quizás así podría servir de ejemplo frente a esas otras instancias políticas y sociales a las que igualmente obligará la nueva ley…”.
La futura Ley de Transparencia, que obligará a todas aquellas instituciones que reciban fondos públicos no solo a ser igual de virtuosas que la mujer del César, sino a parecerlo, afectará también a la Iglesia. Así expuesto, algunos se han frotado las manos, intuyendo que debajo de las alfombras episcopales empezarán a revolverse cadáveres sin cristiana sepultura o que, ocultos en el revés ahuecado de tantas tallas milagreras que animan la piedad popular, aparecerán los libros de la contabilidad B de algunos curas trabucaires.
Pero se equivocan. A la Iglesia, la transparencia le sienta muy bien. Nada hay en su mensaje que merezca ser ocultado. Al contrario. Basta ver lo bien que entienden los fieles –y quienes no lo son– al papa Francisco. Y lo mal que han entendido las chapuzas en torno al Códice Calixtino, los tejemanejes del IOR, los Gescartera de distinto calibre y notoriedad habidos, u otros chanchullos que mejor no repetir para no ensuciar unas siglas aún muy respetadas y respetables.
En estos casos, la transparencia brilló por su ausencia, la cortina del silencio se impuso como método preventivo ante la curiosidad de quienes eran considerados enemigos de la Iglesia, y quienes, desde ella, buscaban esa transparencia seguros de hallar el infundio de las acusaciones, eran conminados, en nombre de la comunión, a retirar sus narices.
Definitivamente, sí, la transparencia le sienta bien a la Iglesia. Y así lo han comprendido sus responsables. Es más, ese debería ser su hábitat natural. Quizás así podría servir de ejemplo frente a esas otras instancias políticas y sociales a las que igualmente obligará la nueva ley. Algunas de ellas han recibido salivando de regusto la noticia de que la Iglesia habrá de salir del oscurantismo en el que la han colocado, cuando bastante tienen ellas con achicar la basura que les llega al cuello.
En todo caso, la Iglesia y sus instituciones (Cáritas, CEE, Manos Unidas…) ya presentan públicamente sus cuentas. Aunque muy pocos quieran enterarse, no vaya a ser que la realidad les estropee en sus periódicos, al lado del suplemento “Por tantos” –pagado por esa misma Iglesia–, un prejuicio literariamente bien construido. Pero eso ya es otra historia.
En el nº 2.851 de Vida Nueva.