(Jorge Juan Fernández Sangrador– Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la BAC) Franck Goddio es un arqueólogo francés que, con sus colaboradores, ha arrebatado al Mediterráneo aquellos objetos que, provenientes principalmente de tres ciudades antiguas del delta del Nilo, entre ellas Alejandría, yacían en las profundidades marinas; ahora se exhiben en Madrid, en una exposición que lleva por título Tesoros sumergidos de Egipto.
En los paneles explicativos, se leen, acerca del cristianismo, expresiones como éstas: “el cristianismo acabó con las delicias de Canopo”, “bajo la presión de los cristianos”, “responsables de la destrucción del Serapeo”, “los cristianos se apropian”, “estos fanáticos atacan los lugares de culto”, “aldea aletargada alrededor de un convento de monjas”, “las monedas son testimonio de los vínculos de los emperadores bizantinos con la Iglesia”. Y todo así.
Conviene, por ello, recordar la relación existente entre el cristianismo y el Egipto faraónico o el helenista. Los términos “copto” y “egipcio” significan lo mismo, pues ambos derivan del griego aigypt(i)os, el cual, a su vez, es una corrupción fonética del egipcio Hak-ka-Ptah, que es como se denominaba a Menfis: casa o templo del espíritu de Ptah. Para los árabes, “copto” y “cristiano” acabaron siendo sinónimos, pues éstos, los cristianos, se tenían por descendientes, en todos los órdenes, de los antiguos egipcios, cuya lengua, además, hablaban y combinaban, en la escritura, con el alfabeto griego. La Iglesia copta es, pues, la heredera de aquella espléndida cultura que se desarrolló, durante siglos, en los dominios del padre Nilo, y se ha mantenido viva gracias al cristianismo de Egipto, víctima éste, por cierto, de todo tipo de agresiones, que arqueólogos, egiptólogos y coptólogos contemplan impasibles.