La belleza hiere

(Francesc Torralba Roselló– Profesor de la Universidad Ramón Llull) La belleza hiere. Así conduce a la persona a su último destino. La belleza es una forma superior de conocimiento que golpea a la persona con toda la grandeza de la verdad. El verdadero conocimiento sobreviene cuando se es atravesado por el dardo de esta belleza.

El ser herido y conquistado por la belleza pertenece a un orden de conocimiento más real y profundo que el de la deducción racional. El encuentro con la belleza hiere el alma y abre los ojos. El alma, a partir de esta experiencia, adquiere criterios de juicio, se le hace posible valorar correctamente. En este encuentro se hace perceptible una fuerza extraordinaria de la realidad, que no se hace presente a través de deducciones, sino del corazón.

Para captar realmente la belleza, la percepción interior debe liberarse de la impresión de los sentidos y adquirir una nueva y más profunda capacidad de ver, pasar de aquello exterior hacia la profundidad de la realidad, de tal forma que vea lo que los sentidos no ven. En esta purificación de la vista, que es una purificación del corazón, se revela la belleza o al menos un rayo de ella. Esta belleza se presenta bajo la fuerza de una verdad que hace ver que es posible la armonía en medio del caos, la ternura en medio de la aspereza, la compasión en medio de la violencia, la piedad en medio de la indiferencia.

La vía de la pulcritud es siempre la más directa para captar el misterio último de la realidad, porque lo bello es capaz de golpear el corazón, en un instante fulgurante, pero que requiere de la reflexión para captar la hondura de la verdad que le hirió y se le presentó, además, como buena.

Como dijera Dostoievsky, “la belleza salvará el mundo”. Es la belleza que tenemos que aprender a ver. Hacemos verdaderamente la experiencia de su conocimiento no porque otros nos hablen de ella, sino porque hemos topado con ella.

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