FRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga
Hay sustento para todos. Lo que pasa es que está mal repartido…”.
Nadie le negó al hijo pródigo que se saciara de las algarrobas de los cerdos, como tampoco a Lázaro de lo que caía de la mesa del rico. Pero nadie les acercó lo que para ellos era suficiente alimento. Hoy, a los pobres les es vedado recibir lo que a la opulenta sociedad moderna le sobra, según ha denunciado el papa Francisco ante la FAO en su 38ª Conferencia.
Recurramos a lo que sabemos y cualquier organización solidaria esgrime como argumento para que la situación cambie: millones de personas mueren de hambre, cuando la realidad es que hay sustento para todos. Lo que pasa es que está mal repartido. Es, por tanto, una cuestión de justicia y dignidad la distribución equitativa de los recursos.
Ahora bien, para el problema de la hambruna, nuestros políticos se han sacado de la manga una solución estrafalaria: recurrir a la ingesta de insectos y medusas. Dejan para los desheredados lo que a los poderosos solo les vale para presumir de cierto esnobismo exótico en sus pantagruélicas cenas, cuando introducen en sus conversaciones los chapulines comidos en México o los cuerpos mucosos saboreados en restaurantes chic de comida oriental o aplicados en tratamientos faciales de salones de belleza.
¿Por qué no se aplican el cuento y se dejan fotografiar comiendo artrópodos y celentéreos? ¿Por qué no los incluyen en sus dietas y así reducen costes? Pero no, a los parias les niegan incluso las algarrobas de los cerdos y las migajas del rico.
En el nº 2.855 de Vida Nueva.