Tribuna

Tiempo para volver a ser discípulos

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Santos Urías, sacerdote y escritorSANTOS URÍAS | Sacerdote y escritor

“Creo que ese Espíritu que le ha traído hasta aquí nos conducirá a todos para dinamizar la sensibilidad hacia este mundo sediento de escucha, de comprensión, sediento de Dios…”.

Querido hermano Francisco:

No quiero hablar del antes, del después, del luego, del ahora. Solo quiero hablarle de miedos, de temblores, de alegrías, de sueños. Me he agarrado a este tobogán de bendiciones suplicadas, de autobuses compartidos, de firmas de facturas, de lavatorios a cautivos, de pastores oliendo a ovejas, de cruces sencillas, de pocos ropajes, de festejar los concilios, de denunciar arribismos. Es como si de repente un viento de normalidad me golpease en las mejillas, fresco, zalamero, y me sacase los colores.

No sé por qué extraña razón la simplicidad gana los corazones. Francisco. Es la oportunidad de lo sencillo. De las abuelas que se emocionan viéndole saludar a la gente, besar a un enfermo, predicar corto y claro. “Qué simpático”, dicen, y quien se gana a las abuelas se ha ganado el corazón de la Iglesia.

Tendremos que pedir mucho todos para expulsar los temores. Esos que agarrotan, que esclerotizan, los que impiden el amor (no hay temor en el amor). Para afrontar cambios de fondo, cambios difíciles, inercias y ensimismamientos. Los que hemos dejado anidar en nuestras vidas, en nuestras estructuras y en nuestros corazones. No envidio su tarea. Pero creo que ese Espíritu que le ha traído hasta aquí nos conducirá a todos para dinamizar la sensibilidad hacia este mundo sediento de escucha, de comprensión, sediento de Dios.

A veces creo que, como comunidad creyente, tendríamos que ser como una gran oreja, dispuestos a escuchar, sin duda, al Espíritu en la oración, pero también al Espíritu en cada hermano y en cada hermana: al que se acerca porque llora por dentro y a veces por fuera; al que sufre conflictos morales y no sabe muy bien cómo colocarlos en una atormentada vida; a la que nunca se ha sentido reconocida, nombrada, valorada; al excluido, al que está solo.

Lo grande de un pastor o de un cristiano
o cristiana de hoy es volverse transparente,
que se pueda ver a través de él
al que verdaderamente es el centro de
nuestras vidas: a Cristo.

Me quedó grabado lo que por lo visto le dijo otro cardenal y fue una de las razones que le impulsó a adoptar el nombre de Francisco: “Por favor, no se olvide de los pobres”. Y quizás es uno de los retos de nuestro tiempo: volver a ser discípulos. Caer en la cuenta de que hay que ponerse a la cola, y de que estar el último no es ningún problema; al contrario. Y allí en la cola, compartir, dedicar tiempo y tiempo y más tiempo a escuchar y hablar con la gente de lo divino y de lo humano, que a fin de cuentas converge en lo más profundo, en las verdades últimas.

Pediré para que el Señor le conceda ser intérprete que ayude a traducir a nuestro mundo moderno y tecnológico el mensaje de la fe. Un mundo que cambia deprisa, a veces sin dar ocasión a digerir tantas cosas, tan diversas, tan desconocidas. Reconozco que me supera. Veo a mis sobrinos inmersos en los nuevos lenguajes y comprendo que vivimos un momento diferente, lleno de desafíos, pero también de posibilidades. Y al final, los anhelos siguen siendo los mismos: salir al encuentro de los otros, salir al encuentro con El otro.

Voy a acabar con una acción de gracias. Creo que somos bendecidos continuamente. Que, a pesar de nuestras fragilidades, o precisamente por estar inmersos en ellas, el Señor se sirve del tiempo que nos toca para ofrecernos un abanico de posibilidades para el crecimiento y volver siempre a ese Principio y Fundamento que sostiene nuestras vidas.

Dicen que hemos tenido buenos pastores en este último período de la historia. Sin duda. Pero lo grande de un pastor o de un cristiano o cristiana de hoy es volverse transparente, que se pueda ver a través de él al que verdaderamente es el centro de nuestras vidas: a Cristo.

Agradezco todo lo que de transparencia nos está haciendo llegar, pequeños gestos (“cuando vayáis a decir viva el Papa, decid más bien viva Jesucristo”), aquello que, aunque solo sea formalmente, acerca, vivifica, reconstruye. Seres transparentes caminando por un mundo bendecido. Intérpretes de Dios. Corazones agradecidos y llenos de luz, capaces de ponerse a la cola, y escuchar, y acoger, y abrazar lo bello y las miserias propias y de nuestro entorno.

Mi comunidad le saluda: gente maravillosa, extraordinariamente sencilla y, en muchos casos, entregada. Con sus alegrías, complejos, dificultades y valores. Mis compañeros y amigos, con los que oro, comparto cenas, pequeños encuentros, ocio y desahogos, están también subidos al tobogán de dejarse sorprender, de dejar que el Espíritu nos lleve a esa anhelada transparencia, más allá de nuestras múltiples fragilidades o sirviéndose de ellas. Ellos también le saludan.

Sintiéndome unido en la oración y en la tarea, le dejo esta pequeña carta y mi más afectuoso saludo.

En el nº 2.855 de Vida Nueva.