El temor de un cisma aún mayor

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

A nadie debería extrañar, sino alegrar, que la Iglesia deje de excomulgar y que abrace en su seno a quienes ven las cosas de otra manera. Hay quienes optan por la autoexclusión y la Iglesia se comporta con ellos como maestra, pero también como madre que los atrae con el suave vínculo del amor. Algo de esto ha hecho Benedicto XVI levantando la excomunión a cuatro obispos lefebvristas que dieron la espalda a las reformas conciliares. Están siendo muchos los gestos positivos con los seguidores de Marcel Lefebvre y pocos los que este grupo, que se negó a aceptar el Vaticano II y sobre el que aún hoy guardan reservas, está dando para su plena comunión eclesial. Un paso importante y crucial que aún no ha tenido respuesta seria. Por otro lado, van creciendo el temor y la duda. La creación de un nuevo estatuto jurídico que consagre la disidencia podría levantar serias sospechas de que se consagra un espíritu levantisco. El Papa, sin duda, espera nuevos gestos de aceptación conciliar, de perdón fraterno, sereno y humilde y a buen seguro que dará respuesta a quienes se sienten violentados por su decisión. Son muchas las gentes que llevan años viviendo en comunión, incluso comunión martirial, con una Iglesia que no entienden, pero a la que aman. Esperan una explicación que limpie las heridas ocasionadas por acusaciones injustas que los situaban en las afueras eclesiales. Ellos también esperan otro abrazo del Papa. El temor de un cisma se cierne sobre una Iglesia que aceptó el ecumenismo como estilo y que sobre su senda ha caminado, como bien ha demostrado Benedicto XVI a este grupo conservador que nunca entendió el gran paso ecuménico conciliar.

Publicado en el nº 2.647 de Vida Nueva (del 7 al 13 de febrero de 2009).

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