(Camilo Maccise– Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales)
“No sólo el error, el pecado y el relativismo son la amenaza de la familia. Su realidad no es uniforme. Sólo en México existen más de cinco millones de núcleos familiares encabezados por la madre. Otras familias se ven afectadas por la inestabilidad social y la migración, por la separación de los padres que, divorciados, fundan una nueva familia eclesialmente irregular”
Concluyó recientemente el VI Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en México con el tema La familia, formadora en los valores humanos y cristianos. Como anteriores encuentros, tuvo tres eventos: un congreso teológico-pastoral, un encuentro festivo y testimonial y la solemne misa de clausura en la que se transmitió un mensaje del Papa.
Ciertamente, esos encuentros ayudan a tomar conciencia de la importancia de la familia y a enfrentar desde la fe los desafíos que tiene en el mundo de hoy.
Con todo, pastoralmente falta con frecuencia, como se constató en este encuentro de México, crear espacios para un diálogo que permita escuchar planteamientos que surgen de la experiencia cotidiana de millones de familias que viven en condiciones inhumanas de vivienda, subalimentación crónica, insalubridad, miseria e ignorancia.
No sólo el error, el pecado y el relativismo son la amenaza de la familia. Su realidad no es uniforme. Sólo en México existen más de cinco millones de núcleos familiares encabezados por la madre. Otras familias se ven afectadas por la inestabilidad social y la migración, por la separación de los padres que, divorciados, fundan una nueva familia eclesialmente irregular.
La diversidad social y de pensamiento no se hizo presente en el congreso. En él participaron casi exclusivamente personas de la clase media y alta. Un papel preponderante lo tuvo la jerarquía. Casi todos los conferenciantes manifestaron una mentalidad conservadora, con frecuencia desligada de la realidad social, económica y eclesial de las mayorías.
La Iglesia necesita escuchar a los alejados, a los que piensan y viven en forma diferente para conocer sus angustias e inquietudes y poder proclamar y transmitir adecuadamente los valores humanos y cristianos de la familia.
En el nº 2.647 de Vida Nueva.