Pertenecer y participar

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Lo de creyente y no practicante ya no cuela. Hoy se exige coherencia y lealtad. Y la pertenencia a la comunidad exige también participación…”.

¿Qué es lo que está haciendo la Iglesia para luchar contra el paro laboral? La Iglesia, lo que tenía que procurar era… Hace poco, y la verdad es que no recuerdo de quién vino la frase, escuchaba estas palabras: “No somos consumidores de la comunidad, sino constructores de la comunidad”. Se refería a esa curiosa especie de parasitismo que trata de aprovecharse del trabajo que otros realizan, sin aportar por su parte esfuerzo alguno para que las cosas vayan mejor cada día.

Lo de creyente y no practicante ya no cuela. Hoy se exige coherencia y lealtad. Y la pertenencia a la comunidad, en este caso la Iglesia, exige también que se produzca una participación. Lo contrario sería un mero formulismo más de burocracia que de vida. No se trata de estar inscrito, sino de asumir con coherencia las responsabilidades efectivas que ello supone.

Es sabido que en la Iglesia hay diversidad de dones, carismas, ministerios y responsabilidades. Todo se recibe para beneficio de la comunidad. Lo que ha recibido cada uno puede ser suyo, pero no para él solo, sino que se le ha dado para poder ayudar mejor al bien de todos.

Que haya distribución de ministerios y responsabilidades no quiere decir que alguno puede inhibirse de contribuir con lo que tiene para ayudar a la finalidad de la Iglesia, que no es otra que la de seguir a Jesucristo, celebrar los sacramentos, practicar la caridad y dar testimonio en obras y palabras en medio del mundo.

Es conocida la coplilla machadiana: “La moneda que está en la mano, quizás se deba guardar; la monedita del alma, se pierde si no se da”. Aunque el escritor andaluz se refería fundamentalmente a las expresiones del amor, también puede aplicarse a esas monedas, talentos, que Dios da a cada uno y que sería una irresponsabilidad muy grande el no emplearlas en el bien de todos.

Es justo reconocer que ha mejorado mucho todo aquello que se refiere a la participación voluntaria, tanto en campañas puntuales como en la vida diaria y actividades apostólicas en la vida diocesana y parroquial. Pero no es suficiente, aunque sea por demás encomiable, esa participación activa en unos determinados cometidos. Es necesario el testimonio permanente y la responsabilidad cristiana en la sociedad, en la participación política, en la formación de criterios conforme a la justicia, al reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, a la protección de la vida desde su concepción hasta la muerte natural, de la libertad religiosa y de todo cuanto respecta a la dignidad de la persona.

Como diría san Francisco de Sales, una es la obligación de la monja de clausura, otra la del padre de familia y otra la del obispo en la diócesis. Cada uno debe asumir su propia responsabilidad y ministerio, pero nadie puede dejar de ayudar al otro, en la medida que le corresponda, para que pueda desempeñar mejor su misión. Somos constructores, no simples consumidores.

En el nº 2.857 de Vida Nueva.

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