JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | En Brasil, estos días el Papa derrama su amplia sonrisa argentina, sus gestos propios de aquellas gentes del Sur, su mensaje empático y lleno de ternura con un lenguaje positivo, un mensaje que no condena, sino que abraza. Es eso lo que más se está valorando entre quienes, aun alejados de la fe, se acercan a Francisco en estos días en los que la luz del Sur llena su semblante.
Hoy la Iglesia se ve rejuvenecida en esa presencia del sucesor de Pedro y los problemas que le acucian en Roma han quedado suspendidos ante la gran tarea que está por venir.
A la vuelta acometerá grandes cambios que tienen que ver con la credibilidad de una Iglesia que busca alejarse del poder y limpiar muchas de las cloacas que ya comenzara a sanear su antecesor. Es una tarea urgente para devolver a la Iglesia su misión ética y evangelizadora en el mundo.
A la vuelta comenzarán esas reformas prometidas y pedidas antes de su elección. Serán cambios profundos desde el respeto, pero con la mano firme de quien está convencido de qué ha de ser lo principal en la reforma de la Iglesia.
Hay una voz que se lo pedirá con insitencia y sin palabras. Será la voz de los jóvenes reunidos en Río de Janeiro y la de los muchos pobres a los que Francisco ha decidido dedicar su ministerio petrino en esta hora de la historia.
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En el nº 2.858 de Vida Nueva.
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