CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
“El modelo educativo en la escuela católica es siempre Jesucristo, Maestro y Discípulo…”
El curso escolar que ahora comienza viene cargado de nuevos y viejos problemas: la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, o LOMCE, y también denominada “Ley Wert”, la ratio y los conciertos, la enseñanza diferenciada y siempre la absurda polémica entre la escuela pública y la escuela privada.
Que todos esos temas sean motivo de preocupación está dentro de la lógica y la responsabilidad de los implicados en la tarea educativa, desde los padres hasta los últimos componentes de la comunidad académica y administrativa. Pero, por mucha que sea la atención que se debe prestar a lo que venimos diciendo, la escuela debe tener siempre en la primera línea de interés lo que constituye la finalidad inexcusable de su razón de ser: la educación y formación íntegra de los alumnos.
Se insiste en que la escuela católica debe ser una verdadera comunidad en la que, cuantos la integran, unan su capacidad y esfuerzo para conseguir los objetivos educativos deseados. Y uno de los primeros e inexcusables supuestos es el de la excelencia académica y formativa en todos sus aspectos. Lo cual lleva consigo la formación completa de la persona, en toda su integridad, desde las relaciones con la familia y con la sociedad, hasta la convivencia y el apoyo recíproco; educando en la solidaridad y el sentido responsable en las acciones que cada uno realiza; el cuidado de la conciencia moral y del reconocimiento de los derechos de cada uno. Y, si de escuela católica se trata, teniendo siempre en cuenta la luz iluminadora del Evangelio.
Si la escuela quiere ser verdaderamente católica, se ofrecerá como un amplio y educacional foro abierto donde la participación de todos los que componen la comunidad educativa sea algo dinámico y permanente, sin que haya dejación de la particular función que a cada uno le corresponda. El principio de subsidiariedad es importante, pero siempre tiene que ir unido al de la corresponsabilidad en la búsqueda del bien de toda la comunidad.
Una escuela de familia. Es decir, que la familia lo tome como algo propio, no solo para exigir una excelente educación para los hijos, sino también como extensión de la propia casa a la que se cuida para que sea un ejemplo de vida y de amor.
Es de particular importancia el ambiente y la convivencia, la relación interpersonal y las actitudes y disposiciones de ayuda que se ofrecen. Capítulo por demás importante es el de la formación de actitudes que van a configurar una personalidad completa y madura.
El modelo educativo en la escuela católica es siempre Jesucristo, Maestro y Discípulo. Lo cual no supone de ninguna manera minusvaloración de aquellos que tengan otras creencias religiosas o no tengan ninguna, sino un ofrecimiento y manera de llevar a cabo la educación y la formación completa de las personas según la forma de ser cristiano.
En el nº 2.861 de Vida Nueva