¿Una María? ¿muchas Marías?

(Antonio María Calero, SDB– Teólogo salesiano de Sevilla) Si dentro de la cultura cristiana hay alguien que haya sido objeto de una masiva inculturación a través del tiempo y del espacio es, de forma indudable, María la Madre del Señor. Así, se habla de María mediterránea, María nórdica, María africana, María latinoamericana, María asiática. Cada una de estas formas de inculturación mariana tiene sus connotaciones, más o menos legítimas, según reflejen o se alejen de los datos que el Nuevo Testamento nos ofrece sobre la Madre de Jesús.

A lo largo de la historia de la Iglesia no siempre se han tenido suficientemente en cuenta esos datos, con la consiguiente desfiguración de una imagen llamada a ser modelo de cada bautizado e icono y espejo de la misma Iglesia. También en este campo, el Concilio Vaticano II marcó una línea que es preciso seguir para lograr una inculturación legítima dentro de la necesaria renovación mariana que es preciso realizar. Advirtió el Concilio que se deben evitar dos extremos igualmente equivocados en relación con la figura de María: la falsa exageración y la excesiva mezquindad de alma. Se impone, por eso mismo, la búsqueda de nuevas formas de culto mariano que, partiendo de los valores y expresiones culturales de cada región, nación o continente, pongan de relieve la colaboración de María a la realización del Misterio cristiano y el valor de paradigma que esta figura tiene para la Iglesia.

A partir de la Encarnación del Verbo en su seno de mujer, María quedó incorporada de forma definitiva e insuprimible a la Historia de la Salvación. Ese dato debe aparecer claro, cualesquiera que sean las manifestaciones marianas de una cultura determinada. María, como mujer, formó parte de la cultura judía, pero con una proyección que rebasa con mucho el espacio y el tiempo de cualquier cultura.

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