“Cada día tiene su afán”
(Santos Urías) Hoy necesito mirar el hoy, nada más. Saborear el instante presente, preciso y precioso. La luz que parpadea en la noche, como el reflejo de un faro y que sirve de referencia en la espesa oscuridad.
Las olas me lamen los pies. Me llenan de arena la piel y los ojos. Y los castillos que construimos, con sus almenas, con sus puentes, con sus puertas y sus ventanas, con sus torres y sus fosos, se desmoronan entre la espuma para volver a fundirse con el mar y la playa.
El segundo que precede a otro segundo es ya pasado. Sin embargo, se diluye entre lo efímero y lo eterno. La mejor manera de que nada se escape es intentar no retenerlo, no poseerlo. Es la sabiduría de la contemplación: “Gustad y ved que bueno es el Señor”, o “¿por qué tanto preocuparos por lo que vais a comer o beber o por lo que vais a vestir? No os preocupéis por el día de mañana, pues el mañana se preocupará de sí mismo”.
Mis manos tiemblan. Mis ojos se empañan. Todo es pobreza. Todo es riqueza. Todo se muda. Sólo Dios basta.
En el nº 2.648 de Vida Nueva.