JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Con la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II el próximo 27 de abril, se apuesta por la reconciliación de dos modelos de Iglesia. El papa Francisco, en su deseo de suma y multiplicación, los canonizará siguiendo la normativa vigente, sin saltarla por los aires.
- A RAS DE SUELO: Lo que merma la santidad
- ESPECIAL: Dos papas, dos santos
Tanto a uno como a otro se les quiso hacer santo subito. Roncalli posibilitó una nueva primavera, convocando el Concilio Vaticano II. Pasó el tiempo y aquellas reformas tuvieron que ser asimiladas, puestas en marcha con grandes desafíos, pero también con grandes problemas. A Wojtyla, en su largo pontificado, le tocó frenar unos aspectos y acelerar otros. Ni Juan XXIII fue entendido en su momento por un sector de la Iglesia, ni Juan Pablo II lo ha sido por otro.
Es verdad que de aquel ha pasado más tiempo, y que de este, menos, quedando flecos en algunas de sus decisiones que aún están pendientes y que lleva a muchos a hacerlo responsable por omisión de muchos temas que Ratzinger tuvo que afrontar en su labor de limpieza de los escándalos.
No es el pontificado lo que se canoniza, sino a las personas. Sobre ambos pontificados hablarán los historiadores en su día. La Iglesia canoniza personas, estilos de vida, virtudes heroicas. Y tanto a uno como a otro, se les pone como modelos de vida entregada a la Iglesia, motores de grandes cambios, instrumentos del Espíritu en cada momento histórico.
Y por haber encarnado en su vida esas virtudes que la Iglesia pide para elevar a los altares a sus hijos. Según algunas corrientes de opinión se podría debatir mucho, pero las normas están escritas, meditadas, ponderadas y podrían cambiarse, pero no se han cambiado.
Por esa regla de tres, estos dos papas pueden ser elevados a los altares, como pudiera ser canonizado monseñor Romero, una espina clavada en la memoria de las Iglesias latinoamericanas.
No es el pontificado lo que se canoniza,
sino a las personas, estilos de vida, virtudes heroicas.
Tanto a uno como a otro, se les pone como
modelos de vida entregada a la Iglesia,
motores de grandes cambios,
instrumentos del Espíritu en cada momento histórico.
No es la hora de las banderías. No es la Iglesia de Pablo, de Apolo o de Pedro. Es la Iglesia de Cristo. No es la Iglesia de Juan XXIII ni la de Juan Pablo II la que se canoniza. Ella es santa, pese a sus pecados. Lo que se pone como modelo es el perfil creyente de estos dos hombres.
El papa Francisco ha considerado en estos momentos de la Iglesia proponer juntos a estos dos papas. No es canonizar el papado, sino mostrar caminos de santidad de dos personas que supieron estar a la altura de las circunstancias y servir a la Iglesia. Es la Iglesia de Jesucristo.
Ahora queda tener cuidado para cerrar grietas y abrir nuevos caminos, los que propone el papa Bergoglio, el camino de la santidad, de la sencillez.
No es bueno hacer banderías con estas canonizaciones, aunque quizás sí es hora de estudiar los procesos para que la Iglesia declare la santidad de sus hijos, un tema este que tendrá que entrar en vía de renovación para no caer en las trampas que llevan consigo procesos de canonización largos, costosos y a veces alejados del mundo.
director.vidanueva@ppc-editorial.com
En el nº 2.865 de Vida Nueva