FERNANDO SEBASTIÁN | Arzobispo emérito
“El Año de la fe es año de conversión generalizada y tiene que seguir en marcha hasta que logremos una Iglesia clarificada, purificada, fervorosa y misionera…”.
Hace pocos días hemos clausurado el Año de la fe. Pero escribo esta columna para decir que no podemos ni debemos clausurar esta experiencia. Quedan abiertas las causas de esta iniciativa, tienen que quedar también abiertas y activas las notas generales de esta iniciativa pontificia. Lo convocó Pablo VI en 1976 y no le hicimos caso. No puede ocurrir lo mismo.
Sigue activa la crisis de fe y religiosidad. Todavía no nos hemos dado cuenta de lo que esto significa, del esfuerzo que exige de nosotros esta nueva situación.
Es preciso seguir en el esfuerzo de recuperar el sentido bíblico de la fe, como entrega, como comunión de vida con el Señor, como conversión creciente al reconocimiento del Señor como dueño y guía de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Todos en marcha, todos a una, sin reticencias ni rivalidades, en el mismo camino, en la misma misión, con los mismos objetivos: la conversión de todos los hombres a Jesucristo y el reconocimiento general de la Soberanía de Dios.
Queda mucho por hacer hasta despertar en la Iglesia un movimiento general de renovación, de fervor, de ofensiva apostólica y misionera, con la bandera de la piedad, del amor y de la esperanza de la salvación eterna.
Y queda mucho por hacer para movilizar a la Iglesia entera, a las familias cristianas, las parroquias, las comunidades y asociaciones en un movimiento de caridad que haga justicia a los pobres y acabe con la pobreza en nuestro país.
El Año de la fe es año de conversión generalizada y tiene que seguir en marcha hasta que logremos una Iglesia clarificada, purificada, fervorosa y misionera, fuente de consuelo para los mayores y estandarte de vida para los jóvenes en la lucha de Jesús por la salvación del mundo.
En el nº 2.873 de Vida Nueva.