JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Cincuenta años cumplía el pasado día 4 una de las constituciones básicas del Vaticano II, la Sacrosantum Concilium. El esquema previo, preparado por teólogos centroeuropeos, fue el que menos objeciones encontró. Llegaban remansadas las aguas del movimiento litúrgico que había arrancado ya mucho antes en monasterios y abadías europeas. La reforma litúrgica previa al Concilio encontró en este un cauce adecuado.
- Liturgia y realidad virtual, por Juan Rubio
El joven teólogo Ratzinger, entusiasmado, escribió entonces a favor de nuevas propuestas litúrgicas. Su Introducción al espíritu de la liturgia (1999) era un homenaje a la obra de Romano Guardini, El espíritu de la liturgia (1918).
“Esta obra puede ser considerada como el inicio del movimiento litúrgico. Contribuyó de manera decisiva a hacer que la liturgia, con su belleza, su riqueza oculta y su grandeza que trasciende al tiempo, fuese redescubierta como centro vital de la Iglesia y de la vida cristiana”, decía el entonces cardenal.
Ya siendo Benedicto XVI, la liturgia marcó una de las claves de su pontificado. El Vaticano II, al devolver a la liturgia muchos elementos perdidos, restauró un fresco que “nos dejó fascinados por la belleza de sus colores y de sus figuras”.
Cincuenta años después, el entonces joven entusiasta se volvió cauto y temeroso: “El fresco ha vuelto a ser puesto en peligro y corre el riesgo de arruinarse si no se toman las medidas adecuadas”.
Que la liturgia sea el centro
es primordial para quienes lo entienden,
pero la cuestión es cómo acercarla a
un tipo de creyente distinto al de hace cincuenta años.
Es momento de volver a revisar aquel documento base. La liturgia sigue siendo, hoy, una asignatura por aprender. Cambian los conceptos de tiempo y espacio; una nueva antropología se viene abriendo paso. Hay quienes se preguntan si no es el momento de replantear las celebraciones litúrgicas en la Iglesia.
La comprensión de la liturgia y su lugar en los nuevos tiempos es todavía un reto para los pastores, que se encuentran cada día con las dificultades para hacer que las comunidades ofrezcan una liturgia viva y llena de sentido.
Los más jóvenes piden un lenguaje nuevo, justo cuando los lenguajes cambian de forma asombrosa. Se abren con fuerza las liturgias en países y continentes en donde la población de cristianos es mayor que en Europa. Una liturgia, para algunos, demasiado europea; para otros, ha llegado el momento de volver atrás, porque el “misterio” debe ser guardado, oculto, conservado. Tendencias de todos los colores.
Y, mientras tanto, sigue haciendo falta que la evangelización cale hondo en el corazón. Que la liturgia sea el centro es primordial para quienes lo entienden, pero la cuestión es cómo acercarla a un tipo de creyente distinto al de hace cincuenta años.
El papa Francisco nos llama cada día a una liturgia más interiorizada, más austera en las formas. “En estas liturgias –ha dicho– suele abundar jolgorio bullicioso, pero falta interioridad; sobresale la exuberancia festivalera, pero escasea el compromiso”. La pregunta es si el fresco debería ser restaurado de nuevo.
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En el nº 2.874 de Vida Nueva