La hora de los laicos se hace de rogar


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“En las primeras valoraciones de la reciente y sorprendente exhortación apostólica Evangelii gaudium, han pasado prácticamente desapercibidas las palabras de Francisco a los laicos…”

Fue hace más de medio siglo, en 1955, cuando el teólogo Gérard Philips, que luego sería el relator de la Lumen Gentium, en un libro sobre el papel de los seglares en la Iglesia, tituló uno de sus capítulos con un “La hora de los laicos”.

Desde entonces, por las pilas bautismales han pasado varias generaciones de estos hombres y mujeres sin que la inmensa mayoría de ellos haya sentido ni por aproximación la llegada de ese tiempo.

Tampoco esa inmensa mayoría, la verdad sea dicha, ha echado en falta en España que sonase el despertador de ese “gigante dormido”, a diferencia de otros países europeos, con más conciencia de su corresponsabilidad.

Este no creerse el fin último de la misión para la que se está llamado, esta falta de interés puede explicar también que, en las primeras valoraciones de la reciente y sorprendente exhortación apostólica Evangelii gaudium, hayan pasado prácticamente desapercibidas las palabras de Francisco a los laicos, quienes, para él, son “simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios”, a cuyo “servicio está la minoría de los ministros ordenados”.

El Papa, que en unas escuetas líneas esboza los males que aquejan al laicado, pero también las esperanzas, cifra su impulso en la formación y en la evangelización de grupos profesionales e intelectuales.

Pero lo primero, sin duda, es una conveniente formación, que subraye esa conciencia de corresponsabilidad, asfixiada hoy por un clericalismo acomodaticio que ha garantizado seguridades a quien lo ha practicado sin sonrojo y evitado quebraderos de cabeza a los clérigos al mando.

Hasta ahora, el perfil del laico más buscado, fomentado y abonado ha sido aquel que, en palabras de Olegario González de Cardedal, participa en realidades eclesiales con “un aliento carismático que les hace ver el mundo como recién salido de las manos de Dios en un sentido, y bajo el poder del maligno, en otro, [y con] una cierta actitud radical casi sectaria respecto de las personas, instituciones y métodos que no se integran en su proyecto”.

Es cierto que se han dado pasos hacia la consideración de la mayoría de edad de laicado; también es verdad que muy culpables del clericalismo son los propios laicos, todavía propensos a besar anillos. Pero no hay que olvidar tampoco esa querencia natural, también de no pocos, a alargar la mano en vez de poner la oreja.

En el nº 2.874 de Vida Nueva.