JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Ambiente de fin de ciclo en el aniversario de la Constitución. De repente, la Carta Magna parece la causa de los males del país…”
Ambiente de fin de ciclo en el aniversario de la Constitución. De repente, la Carta Magna parece la causa de los males del país y, como un juguete roto, buscan cambiarlo por otro nuevo y personalizado.
Los ciudadanos, asqueados del tinglado en que ven convertida la política, dan la espalda y a las jornadas de puertas abiertas en el Congreso no van ni las de Femen. En provincias, algún que otro obispo acude a la conmemoración oficial, invitado por las autoridades, para hacer bulto y, como mucho, que no le toquen el IBI. Y punto.
La Iglesia tampoco está, ni se la espera, en esta nueva encrucijada histórica que despunta. Así no extraña que luego se la acuse en un celebrado libro de progolpista en aquel vergonzoso 23 de febrero y nadie se inmute. Y no, no se trata de que ningún prelado haya de reprochar –que seguro que alguno habría– que qué cabe esperar de una Constitución que no nombra a Dios en su articulado y que bien merecido está por haber promulgado un texto agnóstico para regir la vida de un país de bautizados… No, no es esto.
Es, más bien, aquello de que la Iglesia es “experta en humanidad” y no puede mirar para otro lado en un momento de crisis institucional como el que se vive. Tiene que sacar lo mejor de su magisterio de madre y ayudar a iluminar en la búsqueda del bien común de todos sus hijos, que no es el particular de ningún partido, como ha estado pasando, pisoteando aquella máxima episcopal de la Transición de “ni partidismo ni neutralismo”.
Por eso, resulta impagable el favor que el PP le está haciendo ahora a la Iglesia en España. A pesar de su cacareado humanismo cristiano, cada vez más arrinconado, de palabra, obra y omisión, no pocas de sus políticas no resistirían un rápido cruce de miradas con el Compendio de la DSI.
Ahora solo falta que desde la Iglesia se suelten amarras para dejar definitivamente atrás la etapa restauracionista en la que se ha empeñado en las últimas décadas y no busque más puerto que el del Evangelio. La “impostergable renovación eclesial” a la que llama Francisco pasa por aquí.
Tampoco ha de temer las bravatas de patio de colegio del PSOE. Tan solo ha de moverla “el temor a encerrarnos en estructuras que nos dan una falsa contención (…) mientras afuera hay una multitud de hambrientos”, como se dice en Evangelii gaudium.
En el nº 2.875 de Vida Nueva.