(Gustavo Bombín– obispo de Tsiroanomandidy, Madagascar) La Iglesia de Madagascar, como el país, es pobre, pero viva y activa. En toda la geografía, a través de la pastoral, la educación y la sanidad, está presente en el día a día, acompañando y sosteniendo a la población con iniciativas para paliar la extrema pobreza en que viven la mayoría, y con actividades sencillas que permiten una mayor sensibilización de la población y autoridades civiles que suscitan esperanza a los más pequeños y desprotegidos. Los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, trabajando calladamente en lugares lejanos, aislados y de difícil acceso donde la administración pública aún no está presente, testimonian que hay otra manera de hacer política y de vivir.
El cristianismo es mayoría (45% de la población, 25% católicos), y todos los gobiernos han intentando ganar, de algún modo, el beneplácito de la Iglesia, y ésta también ha intentado siempre ayudar al país. Decía el cardenal Razafindratandra: “La Iglesia malgache no está ligada a un régimen político, su papel es predicar el Evangelio y la Justicia, lo que le permite superar las crisis. En pleno régimen marxista, la Iglesia continuó viva y unida, lo que supuso una referencia de confianza para la población. Durante las revueltas que llevaron al actual presidente al poder (2001), la Iglesia jugó un papel pacificador, su mediación ciertamente permitió evitar un gran baño de sangre”.
Estamos viendo ahora cómo al menos cien personas han muerto por enfrentamientos y revueltas en distintas ciudades del país; no será una casualidad, pues en ellas están los supermercados de la cadena propiedad del presidente, que han sido atacados y desvalijados. ¿Crisis política? ¿Crisis de hambre? ¡Crisis!
¡Cuántas veces los obispos y el Consejo ecuménico hemos subrayado los padecimientos del país! La Iglesia malgache jugó un gran papel en la lucha contra la dictadura del presidente Ratsiraka. Desde hace dos años, el enfriamiento de las relaciones con el Gobierno actual (que preside Ravalomanana) es evidente. Ciertamente, no debe de ser fácil guardar neutralidad cuando uno es presidente de la República y al mismo tiempo vicepresidente de la Iglesia Reformada. Reconocemos que durante el primer mandato había una colaboración mínima, sobre todo en temas sociales. Ahora solamente “su” Iglesia cuenta con subvenciones directas.
Censura y persecución
En mayo de 2007, un jesuita francés presente en Madagascar desde hacía 30 años fue expulsado del país. ¿Su delito? ¡Pensar en voz alta! Había creado SEFAFI, un centro de reflexión y publicación sobre la vida pública malgache. Los obispos, los jesuitas, su parroquia, el Consulado francés, todos han intentado conocer el porqué de esta decisión, que ha sido interpretada como una advertencia contra la Iglesia católica y contra los extranjeros residentes (entiéndase misioneros). La respuesta del Gobierno ha sido contundente: cerrar un programa de Radio Don Bosco donde la gente intervenía por teléfono. Hay otros hechos que a veces rayan lo ridículo, como la orden de busca y captura contra el alcalde de Fianarantsoa: los cuerpos especiales de la Policía entraban en las casas de los párrocos y en un convento de monjes para buscarlo, ¿con qué intención? Todo ello está creando un ambiente negativo e incluso violento en algunas zonas donde el partido del presidente es mayoría.
El último mensaje de los obispos invita a la reflexión contra el monopolio, el abuso de poder, el derroche de riquezas, la falta de libertades, la creciente pobreza y la aparición de enfermedades que creíamos ya desaparecidas, como la peste bubónica en Tsiroanomandidy, con 20 muertos en dos meses.
Los recientes hechos ocurridos en Madagascar no reflejan nada más que la pérdida de paciencia de la población ante el engaño de falsas promesas, con un paro y pobreza cada vez más presentes en todas las familias. El alcalde de Antananarivo se ha convertido en su portavoz, y a la vez víctima, porque la censura del Gobierno también le tocó a él en noviembre, cuando cerraron su cadena de televisión. Las manifestaciones violentas están controladas, pero ¿hasta cuándo, si no hay solución a los problemas?
En el nº 2.649 de Vida Nueva.