FRANCISCO JOSÉ ANDRADES LEDO | Sacerdote de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz
“La esperanza se contagia cuando sabe transmitirse con sencillez y en pocas palabras. Sobran estas, se valoran los gestos y las vivencias particulares. La cercanía se experimenta cuando se comparten vivencias, no solo cuando se profundiza en sus razones”.
Querido papa Francisco:
Permítame que comience esta carta desde la añoranza, no melancólica, sino agradecida. ¡Cuánto recuerdo aquellas cartas que, siendo un niño, cada domingo escribía a mi familia en los primeros años de seminario! Cómo lamento haber ido perdiendo esa práctica y que se haya descuidado, en general, este género epistolar para dirigirnos a las personas más queridas.
Por eso me va a permitir que me dirija a usted desde lo más profundo del corazón para compartir las inquietudes y alegrías que, seguramente, nos preocupan en común acerca de las cuestiones principales que podamos tener los dos por compartir la fe en el mismo Dios, padre de Jesucristo.
Comenzaré por agradecerle la frescura que nos está aportando a los cristianos en la vivencia de la fe desde su aparición en el balcón de San Pedro. Sus palabras paternales, al mismo tiempo que fraternas, estimulan a una vivencia gozosa de la fe. Incluso animan a compartirla con otros cuando antes resultaba más complicado. La naturalidad y normalidad en la forma de expresar esa alegría está haciendo que creyentes que antes vivían la fe de manera más anodina, e incluso lejana de la propia Iglesia, estén sintiendo una llamada a recuperar eso que nunca perdieron, que está tan arraigado en sus corazones y sus experiencias vitales, y la necesidad de poder compartirlo con otros.
¡Qué alegría encontrarse con personas que quieren compartir alguna de sus expresiones, tan sencillas a la vez que profundas y de tantas repercusiones prácticas, o algunas de sus iniciativas pastorales, tan provocativas como normales desde una vivencia sana del Evangelio!
Le agradezco también que esté poniendo el acento en aquello que es lo esencial en la experiencia de fe: el encuentro personal con Jesús desde el acercamiento personal y comunitario a la Palabra de Dios.
La Iglesia, en su acción pastoral,
tiene como reto hoy orientar a los creyentes
a ese conocimiento personal de Jesús que desemboca
en un encuentro de intimidad con Él
y que conduce a la asunción del testimonio personal.
Cuántas veces lo ha repetido a los largo de estos pocos meses que todavía lleva de obispo de Roma: lo principal es Jesucristo y la relación personal con Él. Ahí es donde debe dirigirse la mirada de fe de cualquier creyente. Es en la interioridad del corazón donde se produce el encuentro de fe que transforma los corazones y provoca la invitación al compromiso. Los demás son destinatarios directos de esta relación personal, porque en ellos se hace presente el Dios que da la vida a todo y a todos. La Iglesia, en su acción pastoral, tiene como reto hoy, quizá más que en otras épocas, el de orientar a los creyentes a ese conocimiento personal de Jesús que desemboca en un encuentro de intimidad con Él y que conduce a la asunción del testimonio personal.
Igualmente, como creyente que reflexiona sobre esta acción pastoral de la Iglesia y la comparte en aulas y otros espacios académicos, le agradezco la renovación que, para la misión evangelizadora de la Iglesia, están suponiendo sus indicaciones. El verbo fácil, las oraciones simples, los mensajes claros, las indicaciones precisas, el lenguaje accesible, los ejemplos sencillos…, al tiempo que la profundidad de contenido, la perspicacia en las intuiciones, las referencias evangélicas, la conexión de la fe con la vida ordinaria, la cercanía a los más sencillos, y todo ello sin menoscabar la rica tradición del magisterio eclesial, hacen que la reflexión sobre la evangelización se enriquezca con nuevos elementos.
Su última exhortación apostólica, Evangelii gaudium, nos ofrece tal cantidad de referencias pastorales para la misión eclesial que, en los próximos meses, se irán insertando como ineludibles en los trabajos de teología práctica y pastoral.
Cómo no agradecerle también la ilusión con que nos está contagiando la necesidad de ser testigos del Dios vivo en medio de tantas situaciones que hablan de dolor, desesperación y muerte. En Jesús de Nazaret se encarna Dios para manifestar a los hombres que se hace cómplice de su propia vida, que la comparte con ellos y que les acompaña en su caminar diario. En ese recorrido hay situaciones vitales que necesitan de una iluminación bíblica y del aporte de un grado de optimismo y positividad que en ocasiones falta. Su modo de hacernos presentes a este Dios de Jesús estimula en esos momentos.
La esperanza se contagia cuando sabe transmitirse con sencillez y en pocas palabras. Sobran estas, se valoran los gestos y las vivencias particulares. La cercanía se experimenta cuando se comparten vivencias, no solo cuando se profundiza en sus razones.
Siga teniendo presentes
a aquellos colectivos que tienen
en estos momentos
más dificultad para vivir su fe dentro de la Iglesia.
Esta actitud agradecida es la misma que me hace dirigirme a usted como pastor de la Iglesia universal que es. Con la actitud confiada de un hijo que se dirige con humildad a su padre, me atrevería a pedirle que, en su deseo manifestado de renovar algunas cuestiones de la vida práctica de la Iglesia, como ha venido haciendo desde el comienzo, siga teniendo presentes a aquellos colectivos que tienen en estos momentos más dificultad para vivir su fe dentro de ella.
Cuando un creyente sufre, necesita encontrar consuelo en la fe. Dios se convierte para él en refugio y hombro donde poder desahogar su malestar y derramar aquellas lágrimas que en otro lugar no se permite.
Pero también necesita del consuelo de sus hermanos en la fe, de poder compartir esos motivos de angustia que le inquietan, de celebrar de manera gozosa el perdón y el amor de Dios que le quiere, de sentirse aliviado por sentir a la Iglesia como la madre que le acoge en su regazo y no le juzga aunque pueda interpelarle. Oriéntanos a todos, querido papa Francisco, para que tengamos esa mirada de ternura y esas manos que abrazan; que sepamos plantear acciones pastorales en comunidades, parroquias e Iglesias locales que hagan realidad esta actitud acogedora que Dios tiene con nosotros.
De igual modo, le pediría que no dejara de estimularnos con su manera de ser pastor en el deambular diario y cotidiano de la vida, donde en ocasiones no se hace nada fácil experimentar la presencia amable de un Dios que se hizo cercano en Jesús, pero que parece ocultarse por momentos tras las máscaras de otras apariencias (personales, sociales, eclesiales…). La vida de tantos que sufren las consecuencias del poder mal entendido de otros, a todos los niveles, nos preocupa. No deje de seguir siendo la voz de esos que necesitan ser oídos y no son escuchados. La voz que clama en el desierto “preparad el camino al Señor” (Is 40, 3) pasa por ahí.
Nuestra sociedad necesita de voces proféticas que anuncien la llegada de quien es motivo de esperanza para quienes la han perdido ya en cualquier otra institución. Dios se hace solidario con el hombre para compartir con él su dolor, pero también para que este se comprometa en procurar un mundo mejor que sea habitable para todos y en el que reinen la justicia y el amor.
Para despedirme, solo deseo no haberle importunado con mis agradecimientos y mis solicitudes. Es lo que me brota desde la experiencia creyente y como persona de Iglesia, a la que tanto agradezco tenerla por Madre. Muchas gracias por estimularnos en nuestro itinerario de fe y por hacernos partícipes de la alegría de un Dios que quiere salvarnos.
Reciba un abrazo fraterno.
En el nº 2.877 de Vida Nueva.