JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Estamos estrenando, además de año, un tiempo nuevo donde se necesita más el abrazo que el reproche…”
Hay demasiado ruido ambiental en las discusiones sobre el aborto, demasiada contaminación ideológica que embota los sentidos y favorece que solo despunte el cacareo.
Abordar una cuestión como esta, tras la reciente reforma de la Ley Aído, debería hacerse siempre pensando que es un tema muy delicado que, en cualquier circunstancia, acarrea un dolor que, antes que a nadie, le estalla a la mujer, aunque no termine solo en ella.
El debate deberíamos dejárselo a los sabios, que –pueden estar seguros– aún quedan, aunque el fundamentalismo ideológico, por un lado, y el religioso, por otro, les tengan en sus respectivos ámbitos acogotados, temerosos de aportar palabras de sentido a una cuestión que, además, por increíble que parezca, empieza antes de la fecundación y no afecta, por tanto, al derecho a la vida. De ahí que hoy triunfe el discurso tuitero –“quitad los rosarios de mis ovarios”– y prolifere la especie de que la Ley Gallardón se debe a las presiones de la Iglesia.
Se lamentaba estos días el nuevo secretario general de la CEE de este “sambenito”, pero en esta etapa deconstructivista en la que él, por ahora, es la punta de lanza, le toca lidiar con esas acusaciones, no siempre infundadas. El maridaje de las últimas décadas entre política y religión (mejor dicho, entre el PP y una parte considerable de la CEE) es algo muy difícil de negar, y ha sido asimilado con toda naturalidad (lo que no quiere decir que sin estupor) por una ciudadanía harta de décadas de nacionalcatolicismo.
Hablaba estos días el Papa de la tarea fundamental de los docentes al “transmitir los valores, a través de los que se transmite también la fe”. Y pedía especial atención para no inocular en las nuevas generaciones “una vacuna contra la fe”.
Algo de esto ha pasado en España durante demasiado tiempo: la forma de decir y transmitir el Evangelio, más con “bastonazos inquistoriales” (Francisco dixit) que “con dulzura, fraternidad y amor”, ha generado anticuerpos que desencadenan un rechazo visceral. Pero estamos estrenando, además de año, un tiempo nuevo donde se necesita más el abrazo que el reproche. Sobre todo en un tema como el del aborto.
En el nº 2.877 de Vida Nueva.