- ESPECIAL: Sínodo extraordinario de la Familia
Mi familia católica [extracto]
JIMMY BURNS MARAÑÓN, escritor | El Vaticano ha lanzado un cuestionario sobre el matrimonio y la vida pastoral previo al Sínodo de octubre de 2014. El cuestionario ha sido mal organizado y distribuido. En Inglaterra, los obispos no han sabido cómo compartirlo más allá de postearlo en la web de la Conferencia Episcopal, y varias parroquias han tenido que tomar el asunto en sus manos, traduciendo el lenguaje impenetrable de las preguntas del texto original y aconsejando a los fieles que participen solo si pueden y quieren.
A pesar de las críticas, para muchos católicos el cuestionario resulta un ejercicio democrático que pocos fieles deberían desperdiciar. Para mí, lo más útil es que me ha hecho reflexionar sobre mi fe y mi familia, con el resultado de una respuesta personal que espero llegue de alguna forma, entre muchas otras, a Roma, pero, sobre todo, al papa Francisco, en quien confío.
Mi principal referencia sobre el valor de la familia es la familia más ejemplar de la historia: la de Jesús. Mi formación católica me llevó a creer en Él como Hijo de Dios, hecho hombre, nacido de madre Virgen, María, mujer de José –inmaculada concepción– un ejemplo, por naturaleza, imposible de repetir.
Según mi fe, somos todos hijos de Dios, y, a través de la humanidad de Jesús, creemos en su amor y misericordia. ¿Qué es lo que me atrae de la historia de Navidad? La simple narrativa de una joven familia, perseguida y refugiada, encontrando amparo en la compañía de buenos pastores, nobles reyes y animales domesticados, un contexto de paz y esperanza. Allí, en el pesebre santo, encontramos la armonía llena de alegría que tanto buscamos dentro de nuestra propia vida familiar. Ser padre responsable es seguir el ideal de Cristo y, haciendo el esfuerzo, para el bien nuestro, de nuestros hijos, y de toda la sociedad, imitarle en el verdadero espíritu evangélico de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12).
El Evangelio nos recuerda
los retos a los cuales nos enfrentamos los padres de familia,
en el sentido de lo que suponen la justicia y el amor.
El Evangelio nos recuerda los retos a los cuales nos enfrentamos los padres de familia, en el sentido de lo que suponen la justicia y el amor. Pienso en la parábola del hijo pródigo; pienso en las hermanas Marta y María, con sus valores morales y materiales tan contrapuestos…
Cuando empecé a leer el cuestionario sobre ‘los retos pastorales de la familia’ con mis dos hijas (28 y 27 años de edad) –las dos educadas en colegios católicos–, me dijeron que, simplemente, no entendían el lenguaje tan eclesiástico de las preguntas, ni el porqué de algunas de ellas. Así que me puse a traducirlo a un lenguaje que llegase a su experiencia generacional. Sus respuestas no me sorprendieron, ya que a nuestras hijas las hemos educado para que sean respetuosas con los valores de honestidad y apertura hacia el mundo, y, por el contrario, no imponer la ortodoxia.
Según me respondieron, mis hijas creen en relaciones que dignifican a la persona humana, chicos, hombres y amigas que las respetan, igual que ellas los respetan y, al mismo tiempo, ven a sus padres como consejeros de confianza. El sexo prematrimonial no es el sexo sin límites, sino que forma parte del desarrollo de una relación centrada en el amor y con un elevado grado de responsabilidad social en el uso de métodos de contracepción.
Mis hijas creen que vale la pena asistir a las cenas del domingo que comparten cada semana en Londres con sus padres, ya que contribuyen a la calidad de la vida familiar. Es familia convertida en comunidad.
Mis hijas no van a misas todos los domingos y prefieren vivir su vida como católicas según su propio juicio, intuición y sensibilidades. Tienen una actitud tolerante hacia los amigos que son gais, padres solteros o parejas separadas. Según ellas, en la casa de Dios debería caber todo el mundo, sin exclusiones.
Mis hijas llevan cruces alrededor de sus cuellos, aún rellenan los calendarios de Navidad y se juntan con nosotros, sus padres, la Nochevieja y el día de Pascua en misa.
Recuerdos del Concilio
Por mi parte, admito que, entre los documentos papales mencionados en el cuestionario, el que más me suena es <em>Gaudium et spes. Recuerdo mi época de joven, en la década de los 60, escuchando a mi padre y a sus amigos católicos hablar de este texto, al que consideraban ejemplo de todo los más positivo y esperanzador del Vaticano II, invitando a la Iglesia a afrontar los retos del mundo moderno y a llevarnos hacia un futuro mejor.
Desgraciadamente, lo que vino después me llevó a pensar que el Vaticano del posconcilio se había separado cada vez más de la realidad de mi existencia y de la de mi generación, ya acostumbrados a ser católicos y, al mismo tiempo, responsables de controlar cuándo y cómo queríamos ser padres, en una sociedad donde también llegaba, al fin, la igualdad sexual, y donde nos parecía injusto el sufrimiento de los que se habían separado y divorciado y se sentían marginados por la Iglesia al ser excluidos del sacramento de la comunión.
Ha llegado la hora de que el Vaticano
proclame la justicia social y económica,
y de que cambie su discurso sobre el sexo.
La mayoría de familias católicas que conozco –y cuento la mía entre ellas– somos conscientes de que, sin querer ser una “Iglesia doméstica”, sí aspiramos a ser una comunidad en la cual aprendemos, desde la niñez, valores morales, además de honrar a Dios y valorar la libertad que nos da. La vida familiar es un ancla y un punto de partida que nos une a la sociedad más amplia. La familia no debería mirar para dentro ni ser exclusiva.
Hemos aprendido lo mejor de nuestros padres e intentamos transmitir a nuestros hijos que tenemos la responsabilidad de ocuparnos de los jóvenes, los viejos, los enfermos, los pobres y de la naturaleza. Y la obligación de defender los derechos humanos, de ser misericordiosos, incluso hacia los que tengan una orientación sexual diferente a la nuestra o no han podido mantenerse en un vida familiar estable. Las dificultades de conservar un sentido de lo que es Iglesia en nuestra familia reflejan las presiones de la sociedad laica y consumista, y también la negatividad e hipocresía con la cual se ve a ciertos sectores de la Iglesia.
Ofrezco resistencia a meterme en zonas de autoprotección clerical donde apologetas se resisten a escuchar a los que son llevados por la conciencia a la duda y la crítica. Al mismo tiempo, agradezco a Dios el poder colaborar en parroquias donde hombres y mujeres se sienten partícipes de su Iglesia, donde se extienden puentes de diálogo con otras religiones y donde el sacerdote es honesto consigo mismo y con los que le rodean.
Tan mal ha manejado la Iglesia su contacto con la sociedad, que tanto el mensaje como el lenguaje se han convertido en una línea de represión, no de sustancia vital. Ha habido palabras buenas y positivas, pero demasiadas veces los rayos de luz han sido oscurecidos por la fuerza del inmovilismo.
Amenazas
Que quede claro que considero que a la familia la amenazan la explotación sexual, el tráfico de drogas y el alcoholismo. ¡Qué lástima la experiencia de los adolescentes que tienen infecciones sexuales sin haber conocido jamás el amor, que los casos de sida sigan en alza y que los críos sean víctimas de abusos!
Pero ya ha llegado la hora de que el Vaticano proclame la justicia social y económica, y de que cambie su discurso sobre el sexo; de que, como está haciendo el papa Francisco, insista más en el amor y no tanto en el pecado, en el respeto y la dignidad de todo ser humano.
Cuando me cuestionan sobre la contribución que podemos hacer sobre la idea de una familia cristiana, mi respuesta tiene una palabra: AMOR. Nuestra obligación, coma pareja, como padres, como hijos, es la de demostrar que nuestro amor compartido no es exclusivo, sino, al contrario, que debe y puede servir de puente fraternal que nos une a otros.
Una pregunta que se tienen que hacer los obispos es:
¿tienen ciertas leyes canónicas sentido
como parte de un proceso de evangelización en el siglo XXI?.
Las preguntas que se tienen que hacer los obispos son: ¿es la política oficial de la Iglesia misericordiosa? Y ¿tienen ciertas leyes canónicas sentido como parte de un proceso de evangelización en el siglo XXI?
Quiero exponer el caso de una vieja amiga. Nació y fue educada como católica y se casó por la Iglesia. Una vez casada, descubrió que su marido se había convertido, después de tener juntos dos hijos, en un alcohólico. Su condición empeoró, y el marido se volvió abusivo y violento con ella y desperdició el dinero que ella había ahorrado para los hijos. Mi amiga siguió sufriendo hasta que no tuvo otro remedio que irse de casa con sus hijos.
Tiempo después, se enamoró de un amigo separado que la sabía tratar con respeto y amor y podía cuidar de sus hijos. Y se casaron. Pero la ley canónica existente la excluía de tomar la comunión como divorciada, mientras ofrecía en bandeja la anulación por vía de corte eclesiástica a otras parejas menos sufridas. Algo que consideraba un proceso incomprensible, por no decir deshonesto, y que le dejó con un profundo sentido de abandono, además de injusticia, y que nada tenía que ver con su idea de Jesús.
El papa Francisco nos habla de la misericordia, de cómo deberíamos acercarnos más a Jesús, que siempre se movió entre pecadores. Esperemos que, bajo su mandato, la sociedad descubra una visión renovada del valor de la vida y que la familia sea una ayuda para una humanidad llena de heridas. Quiero seguir creyendo en un Dios que nos ama a todos, y además, no excluye a nadie.
En el nº 2.878 de Vida Nueva.
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