PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor
“Preferir la lectura de la Biblia a la oración contemplativa es como preferir la lectura de la carta de un amigo a un encuentro directo con él…”.
A Dios puede accederse por la palabra y por los sacramentos, por la naturaleza y por la historia, y ¡por tantos caminos! Llega el momento, sin embargo, en que uno siente la necesidad de ir a Él directamente, esto es, de escucharle sin la mediación de palabras o de plegarias ajenas, de verle sin recurrir a esos reflejos suyos que hay en el mundo, de abordarle sin el camino de la religión, sino por el de la mística, o sea, por un conocimiento de primera mano. Ese momento es el de la oración contemplativa.
La mística no destruye las religiones, las trasciende. El místico puede hacer actos religiosos, pero sabe que es en la atención amorosa, más incluso que en la palabra de las Escrituras, donde le espera Dios.
Preferir la lectura de la Biblia a la oración contemplativa es como preferir la lectura de la carta de un amigo a un encuentro directo con él. Porque hay tiempos para rezar y aprender, para rezar y sentir, para rezar y pensar; pero si uno ha seguido un camino de fe serio, llega el momento de rezar y colocar el corazón en su sitio para escuchar.
La oración contemplativa busca el encuentro con Dios con simplicidad de medios. El contemplativo no lee ni habla en un coloquio íntimo con Dios; hace silencio y escucha. Hacer silencio y escuchar es primordial. San Juan de la Cruz y Simone Weil lo llamaban “la atención amorosa”. Quien está amorosamente atento al presente se encuentra con el misterio de la vida. Y entonces, es cuando comienza la verdadera fiesta.
En el nº 2.878 de Vida Nueva.