JOSÉ LUIS PINILLA, sj, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones
En el año 1998, Nelson Mandela, como presidente de Sudáfrica, recibió el informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, encabezada por Desmond Tutu, y encaminada a la unidad nacional y a la reconciliación a través de la justicia restaurativa tras el odioso apartheid. Uno de los principios fundamentales en los que se basaba dicha reconciliación era la palabra ubuntu. Básicamente se traduce por “yo soy porque nosotros somos”. El lema de la Jornada de Migraciones de este año, Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor, que se celebra el 19 de enero, me hizo recodarla.
Si ubuntu es un sustrato fundamental que Sudáfrica aporta (no todo va a ser el Mundial “español” de fútbol) a nuestro siglo XXI, podemos aprovechar su sentido para aplicarlo con nuestros inmigrantes. Porque en este contexto atroz de recortes y cuchillas, para emigrantes y autóctonos (las cuchillas también hacen daño a la dignidad de los autóctonos), no estaría de más que hiciéramos en nuestras escuelas, parroquias y ciudades al menos lo que aquel antropólogo propuso a unos niños africanos.
Puso una canasta con frutas cerca de un árbol y dijo que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Al dar la señal, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos; después se sentaron, también juntos, a disfrutar del premio. Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron con la dichosa palabra –sí ¡dichosa!–: “Ubuntu”. ¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes? Ubuntu, en su cultura, puede traducirse también como: “Todo lo que es mío es para todos”.
También aquí habría ubuntu si llegáramos a lo que el Papa proclama: “Toda persona comparte con la entera familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor”. Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones han “traducido” su mensaje a la realidad española, ofreciendo el anuncio de Jesucristo y sus consecuencias para el Reino liberador. Con propuestas operativas imprescindibles, para que las palabras no se las lleve el viento.
Por ejemplo, y ya que hablamos de sustratos africanos, “invertir con sentido social en el Sur, especialmente en África, para crear medios de vida allí y no solo para lograr beneficios a su costa aquí”.
La Iglesia habla de comunión,
es decir, desde el impulso de la fe,
aprovechar las riquezas de los distintos
en situaciones sociales, culturales y políticas.
Y con otras propuestas: creación de grupos interculturales en las parroquias; la acogida, incluso dentro de los propios espacios eclesiales (¿no recuerda esto a lo de la utilización social de los edificios eclesiásticos vacíos que reclamaba Francisco?); devociones populares de los emigrantes que deben dirigirse no solo hacia la celebración, sino hacia la fraternidad; la presencia de Iglesia para facilitar la convivencia en espacios menos eclesiales como el barrio, las asociaciones, etc.; aplicar en serio la Doctrina Social de la Iglesia en el trabajo, en la sanidad, en la vivienda; no castigar la hospitalidad ni la asistencia humanitaria; el rechazo a la discriminación racial; la cooperación y desarrollo en los países de origen y el fomento de la democracia y la paz, porque hay que ir a las raíces; no a las detenciones arbitrarias; creación de alternativas más dignas a los CIES, etc.
Francisco dibuja en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium (nº 210) un espacio para que el ubuntu sea posible: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local, sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!”.
Se atreve incluso a diseñar arquitectónicamente ciudades que eviten guetos a los que se arroja a emigrantes y a otros excluidos de la sociedad del descarte. La integración no es solo entregar papeles. La “revuelta urbana” de los hijos de los inmigrantes en el 2005 en los barrios periféricos de París demostró la ingenuidad de ofrecer solo papeles.
La Iglesia habla de comunión, es decir, desde el impulso de la fe, aprovechar las riquezas de los distintos en situaciones sociales, culturales y políticas. Incluso en la arquitectura de las ciudades. Ciudades donde los emigrantes, refugiados y autóctonos puedan gritar ubuntu, hacia un mundo mejor. Ese es el reto.
En el nº 2.878 de Vida Nueva.
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