Adiós a los sótanos

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“En la Iglesia no hay extranjeros ni emigrantes, pues todos somos peregrinos por este mundo y tenemos un mismo santuario al que llegar…”

Hubo una época, no tan lejana, en la que no se permitía a los cristianos –a los que la pobreza había obligado a desplazarse a otro país y quedar marcados con el sello de inmigrante– reunirse para celebrar actos religiosos en los templos. Tenían que hacerlo, casi de una manera escondida, en criptas, sótanos, almacenes y locales alejados de las naves de las iglesias, reservadas para una categoría de creyentes.

Ahora, en esas iglesias pueden celebrar sus eucaristías y acciones religiosas. Algo se ha conseguido, porque en los horarios de las celebraciones dominicales figuran las misas para los inmigrantes. Ciertamente que hay unos condicionantes de idioma. Pero nunca hay que olvidar que la Iglesia es una, aunque en ella existan hombres y mujeres de culturas diferentes. Que ya no hay judío ni griego y que todos han sido llamados en el mismo Cristo.

En las primeras semanas del año tenemos unas celebraciones especiales marcadas por el deseo ecuménico de ser todos uno en Cristo. Se habla de un ecumenismo espiritual, en el que la oración por la unidad es algo fundamental. Se emprenden acciones que fomenten el diálogo ecuménico. Reuniones en las que se comparte la mesa de la Palabra y, donde hubiere necesidad, la hospitalidad eucarística.

También podríamos hablar de un “ecumenismo cultural” que pretendiera el acercamiento entre costumbres y modos de hacer, tradiciones, lenguajes, signos y actitudes. La multiculturalidad no puede ser un camuflaje para la indiferencia. Que convivamos en paz gentes distintas ya es bastante, se dice con un indisimulado conformismo. La integración tiene muchos aspectos y no siempre de la misma categoría. Que haya que aceptar las leyes de un país es obligación de ciudadanía. Que para disfrutar de una verdadera libertad se conozca el idioma y la cultura, es preciso. Pero no por ello habrá que olvidar raíces y valores propios.

En la Iglesia no hay extranjeros ni emigrantes, pues todos somos peregrinos por este mundo y tenemos un mismo santuario al que llegar. Pertenecemos a la misma comunidad que escucha la Palabra de Dios, celebra los sacramentos y quiere vivir en caridad fraterna. Un sentido de fraternidad del que tanto habla el papa Francisco y que es garantía para la paz.

Los templos son signos de la Iglesia presente en medio del pueblo. No se puede consentir la segregación, ni el descarte, ni distribuir a los creyentes entre espacios según la categoría social, económica o cultural. Hablamos mucho de los signos de los tiempos; tampoco hay que olvidar la significación de los espacios.

El Señor encomendó a los suyos, como uno de sus grandes deseos, que se empeñaran en la unidad. En ello verían las gentes que eran auténticos discípulos de Jesucristo. Unidad en la fe y en el bautismo, pero también en todas aquellas acciones y actitudes en las que se manifiesta la auténtica fraternidad.

En el nº 2.880 de Vida Nueva.

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