JORGE OESTERHELD | Responsable de la Oficina de Prensa de la Conferencia Episcopal Argentina
“Anunciar la alegría del Evangelio es sembrar más allá de los límites de la parroquia. Arrojar al aire las semillas de la Buena Noticia…”
Hay quienes anuncian el Evangelio yendo casa por casa, golpeando puertas, dialogando, dejando alguna imagen o algún folleto informativo. Es muy bueno que en estos últimos años hayamos recuperado esa costumbre y esa actitud de salir al encuentro.
Pero esa no es la única manera de acercarse a las personas. Hay otra forma, silenciosa, de entrar en los hogares y en los corazones: llegar por esos invisibles hilos que atraviesan las puertas y que conducen directamente hasta las habitaciones, hasta las pantallas de las computadoras en las que en soledad puede el misionero encontrarse con gente que no conoce ni conocerá personalmente, pero que son personas que si están ahí es porque están buscando algo.
Es bueno estar en la televisión, aparecer en los hogares imprevistamente en medio de un zapping y dejar flotando una palabra, una imagen, un gesto; o a través de la radio, en la que nos dirigimos directamente al corazón de las personas; puede ser escribiendo y entrar también así en un diálogo silencioso con personas desconocidas pero misteriosamente cercanas.
Anunciar la alegría del Evangelio es sembrar más allá de los límites de la parroquia. Arrojar al aire las semillas de la Buena Noticia. Hacerlas circular por esos misteriosos senderos invisibles que llegan a todos los rincones del mundo y hasta los lugares más secretos de las personas. El que anuncia así confía plenamente en la fuerza y la belleza de esa semilla; y también confía en los corazones que la reciben. No hay ninguna duda sobre la eficacia de esta siembra, no necesitamos ver los resultados, los conocemos: la Palabra de Dios siempre es eficaz.
“Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, y la hacen germinar y producir, y dan semilla al que siembra, y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y cumplirá aquello para lo que la envié” (Is 55, 10-11).
En el nº 2.881 de Vida Nueva.