VÍCTOR M. MARTÍNEZ MORALES, SJ
“San Pedro Fabro actualiza la humildad desde la alegría de quien se entrega por amor, haciendo elocuente la vida de tantos que seguirán siendo desconocidos para el mundo…”
El pasado 17 de diciembre, el papa Francisco proclamó santo a Pedro Fabro, acontecimiento que pasó inadvertido no solo para la mayoría de la humanidad, sino para el mundo católico. Pedro Fabro, junto con san Francisco Javier, es del grupo de los primeros compañeros de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús.
Fabro murió antes del Concilio de Trento, con tan solo 40 años de edad, el 1 de agosto de 1541. La pregunta es: ¿qué nos dice esta vida a nosotros cuatrocientos setenta años después?
Fue Fabro el hombre que trabajó a favor del Reino desde la pedagogía del mismo, es decir, sin hacer ruido, en el silencio, en lo privado de un corazón consagrado. Se trata de la “pedagogía de la voz baja”, de un verdadero hombre del Espíritu para quien el centro de su vida era Jesucristo, de un verdadero místico, maestro de la oración, verdadero ministro de la reconciliación y pedagogo de los ejercicios espirituales.
Cuántos hombres y mujeres de Dios, que van tejiendo su santidad desde el anonimato, desde lo pequeño, tienen un corazón que, abrazado a la abnegación, disponibilidad y obediencia, se gasta en el paso ordinario del tiempo. San Pedro Fabro actualiza la humildad desde la alegría de quien se entrega por amor, haciendo elocuente la vida de tantos que seguirán siendo desconocidos para el mundo, pero cuyos nombres están inscritos en el corazón de Cristo.
No se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de contemplar la realidad como un milagro; he ahí la fuerza trasformadora de la acción del Espíritu en nosotros, que nos hace contemplativos en la acción y en la acción contemplativos, peregrinación de quien sabe que todo ha venido del Padre y todo a Él ha de tornar.
En el nº 2.884 de Vida Nueva.