PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor
“El poder de transformación del nombre de Jesús es el más grande que quepa imaginar. La vida de cualquier ser humano cambia hasta límites insospechados…”.
La oración contemplativa es interesante porque en ella se concentra simbólicamente la contradicción que soy: por un lado, siento el anhelo de Dios y, por el otro, mis resistencias a encontrarle.
La meditación es una batalla entre ambos ejércitos: el del yo que quiere encontrarse con su Fuente y el del yo que quiere impedírselo. No importa cuál de esos yo vence en unas sentadas y cuál en otras. Importa que nosotros acudamos a ese silencioso campo de batalla siempre, con independencia de lo que vayamos a encontrarnos.
Como “guerrero” de la vida interior, mi principal arma es el nombre de Jesús; entre ese nombre y Su persona existe un misterioso vínculo, puesto que quien invoca este nombre termina por encontrarse ineludiblemente con Su persona. La repetición del nombre de Jesús, si se realiza conscientemente y con unción, posee una fuerza incalculable.
El poder de transformación del nombre de Jesús es el más grande que quepa imaginar. La vida de cualquier ser humano cambia hasta límites insospechados con la sola repetición –alerta y devota– de esta invocación. No hace falta que este nombre vaya acompañado de una súplica o petición, como es el caso de la así llamada “oración del corazón”, popularizada en Occidente gracias a los relatos del peregrino ruso.
Basta decir “Jesucristo” (“Cristo” en la inspiración y “Jesús” en la espiración) para que el espíritu se pacifique, el ánimo se recobre y las sombras se disipen. Y es así como se descubre que Dios es mucho más protagonista de nuestra vida que nosotros mismos.
En el nº 2.885 de Vida Nueva.