Un cristiano en la política

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito

“Ojalá tuviéramos otros muchos cristianos capaces de hacer política, siguiendo las exigencias de una conciencia cristiana clara, coherente y operante…”.

Ha sido una sorpresa agradable el reconocimiento tributado a Adolfo Suárez después de su muerte. Tanto el pueblo sencillo como las instituciones han sido generosas con él. Una generosidad que era un verdadero acto de justicia.

No trato ahora de valorar la gestión política de Suárez. Pero sí quiero afirmar estas dos cosas: 1ª Me consta que era un cristiano convencido; 2ª y me consta que quiso gobernar de acuerdo con su conciencia cristiana.

Gobernar cristianamente no significa querer imponer a los demás la propia fe, como dicen a veces los laicistas para paralizarnos, sino actuar en los asuntos públicos según los principios morales del cristianismo, es decir, ejercer la autoridad con honestidad, con justicia, con fortaleza y generosidad.

Política cristiana no significa tampoco política clerical, ni controlada por la Iglesia ni a favor de la Iglesia; sino política justa y generosa, política honesta, servicio sincero al bien común, al bien de todos, de cristianos y no cristianos, con el mayor consenso posible, dentro de los límites del derecho natural y de los derechos humanos.

Seguramente en España hay muchos cristianos en la política pero no hay mucha política cristiana, ni en el reconocimiento del valor sagrado de la vida, ni en la primacía del bien común, ni en el apoyo al matrimonio y a la familia, ni en la veracidad, ni en el reconocimiento del valor del trabajo, ni en la preferencia por los más necesitados.

Cuesta trabajo encontrar políticos que reconozcan el valor de la Doctrina Social de la Iglesia, del magisterio social de los Papas, del Concilio Vaticano II o de la Conferencia Episcopal.

Adolfo Suárez no alardeó de su fe cristiana, pero tampoco la ocultó. Ojalá tuviéramos otros muchos cristianos capaces de hacer política, bajo su estricta responsabilidad, siguiendo las exigencias de una conciencia cristiana clara, coherente y operante.

En el nº 2.889 de Vida Nueva

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