JUAN RUBIO. | Salvo en raras excepciones, que las hay y muy honrosas en los grandes medios generalistas en este país, la información de temas religiosos, en cualquiera de sus formatos, se encuentra tan desvalida y tan devorada por la prisa que da auténtica grima asomarse a ella. La ideologización que la conduce hace tiritar muchas veces a la verdad.
No obstante, no hay que negar que el miedo, el silencio y el ocultismo en la comunicación desde la Iglesia misma han hecho que el bulo crezca y se desate la imaginación. La falta de una clara comunicación, estructurada y abierta, ha hecho flaco favor a la verdad también. Cuando interesa inflar el globo ideologizante, falta aire en los pulmones de los interesados para hincharlo y lanzarlo al vuelo. Y cuando se quiere ocultar tanto lo que no debiera, el aire es fétido y malsano. Hay que cuidar ambas partes.
Hace poco lo hablábamos durante una mesa redonda con responsables de centros concertados, pertenecientes a Escuelas Catolicas, en Madrid. Se les ve ocupados y preocupados por cómo cualquier hecho lamentable y claramente delictivo, en algún centro concertado, llega a la opinión pública con tanta fuerza y batería negativa que es capaz de cubrir como un manto su larga y brillante trayectoria educativa. Y se ve a menudo, sin que tenga aquí y ahora que recorrer la geografía o las hemerotecas para recordar viejas y nuevas historias. Y si no, vean si no ha sucedido así.
Nada más saltar la noticia, ponen toda la carne en el asador, prenden la cola de la zorra y la sueltan por el trigal. Los bulos devienen en tópicos, tan abundantes cuando a la Iglesia se refieren. Enredados en la Red y su cohorte de redes, la información llega tan rápida que los lectores se deslizan por esta sociedad líquida como patinadores sobre hielo.
Informaciones epidérmicas, espumosas y espasmódicas, con falaces argumentos de cosmética antieclesial, vieja retórica decimonónica que pinta frailes con orejas de burro, monjas perversas y colegios sórdidos y oscuros. Los lectores, como patinadores, no se paran un instante a pensar. La mentira de un suelto en Twitter no tiene su corrección adecuada más tarde. La prisa devora. Hace falta tiempo, imaginación, profesionalidad, creatividad, valentía y pasión para que los medios sean lo que pedía Arthur Miller: “Todo un pueblo hablándose a sí mismo”.
Y viene sucediendo, particularmente con la Iglesia y con sus diversas instituciones, que la noticia de un acto cualquiera se adorna con toda clase de adjetivos. Ya hay lugar para ello en la secciones de opinión. No es bueno recurrir a esos usos, cuando el lector busca la pura información sin aliño. Es este un servicio a la verdad en la Iglesia y en la sociedad en general. La Iglesia no debiera nunca utilizar la información para la descarada propaganda. Pierde credibilidad.
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- A RAS DE SUELO: Hacer del limón, limonada, por Juan Rubio
En el nº 2.889 de Vida Nueva