(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)
“Hay que reconocer que el flujo migratorio debe someterse a ciertas reglas por el bien común, para evitar el caos que se produciría si se siguiera una política indiscriminada de puertas abiertas. Pero así, de pronto, abrir esta cacería contra los que de hecho ya están viviendo entre nosotros, parece de una crueldad inútil”
La vieja dama de los ojos vendados y la balanza equilibrada, por una vez, ha salido de bureos, con un amigo del gobierno. El poder judicial estuvo un día de caza mayor con el poder ejecutivo, cosa que, en principio, parece sospechosa, según la división de poderes en un estado democrático. Es verdad que aunque algo sea inoportuno, como calificó el ministro la famosa cacería, no por eso es indecente. Pero también es cierto que a la mujer del César no le basta con ser decente, sino que debe parecerlo.
Sin embargo, yo me refiero ahora a otra cacería, que me ha llenado de consternación, de tristeza y hasta de vergüenza. Hace unos días, la Jefatura Superior de Policía de Madrid dio unas normas a cada distrito para que detuvieran cada semana determinado número de inmigrantes sin papeles. Así, por ejemplo, en Vallecas debían cazar 35 piezas por semana como mínimo, y si el número de cazados lo merecía, hasta podrían recibir ciertos premios.
Hay que reconocer que el flujo migratorio debe someterse a ciertas reglas por el bien común, para evitar el caos que se produciría si se siguiera una política indiscriminada de puertas abiertas. Pero así, de pronto, abrir esta cacería contra los que de hecho ya están viviendo entre nosotros, parece de una crueldad inútil, que no hará más que aumentar las tentaciones de xenofobia en una época de crisis económica, como la que estamos pasando. Gracias a Dios, ante el rechazo social promovido por la noticia, incluso en la misma Policía, el Ministerio de Interior ha dado por ahora marcha atrás, y en ese aspecto las cosas siguen como estaban.
En todo caso, la Iglesia seguirá acogiendo en sus parroquias e instituciones a todos los inmigrantes, tengan o no tengan papeles, sean legales o ilegales, simplemente, porque son hombres y hermanos, que para nosotros representan a Cristo, que nos dijo aquello de cuando era extranjero y me acogisteis, a mí me lo hicisteis.
En el nº 2.650 de Vida Nueva.