Un mayo de hace cuarenta años

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

Era un tres de mayo de hace cuarenta años en el corazón de París, junto al Sena, en el Barrio Latino en donde la gauche divine tomaba café y tramaba revoluciones de claveles. Un gigante se levantaba pisando el campo de la historia; profunda y honda la pisada. La mecha de las revueltas sirvió para que se escucharan estas frases: “Prohibido prohibir”, “Imaginación al poder”, “Somos realistas, exijamos lo imposible”. Eran los estudiantes espoleados por la lectura de Marcuse y de Sartre. Les llegaba el apoyo de las masas obreras de los barrios de la banlieu parisina. Desde Nanterre, el brío de los estudiantes y la solidaridad de los trabajadores hacían temblar a un gobierno que disolvía la Asamblea Nacional. No eran simples algaradas de gamberros con fusiles, sino jóvenes con flores gritando contra la guerra y abogando por el amor. Buscaban un sueño, un ideal, un mundo nuevo y distinto. En España se miraba con inquietud, con alegría agazapada. Había mucho optimismo, mucha energía, fuerza y vitalidad. No es añoranza rancia; no. Es la reivindicación de un estado de ánimo. Había ganas de soñar. Los aledaños de La Sorbonne se convirtieron en un símbolo de la libertad y las barricadas parisinas acuñaron un optimismo del que no se puede dimitir. La Iglesia, recién salida del Vaticano II, tomó la Gaudium et Spes y se puso a entender y a escuchar. Entre muchas voces, la del obispo de Dijon, que encabeza un florilegio episcopal de empatía: “No debemos refugiarnos en actitudes de condena o pasividad, sino actuar con los que tratan de construir un mundo mejor”. La Iglesia se puso a escuchar y no a condenar. Ganó en credibilidad, aunque perdiera cantidad.

Publicado en el nº 2.612 de Vida Nueva (Del 10 al 16 de mayo de 2008).

Compartir