(Chema Caballero– Misionero javeriano en Sierra Leona) Acabo de llegar de Katei, una aldea que está a tres horas en coche de Madina, donde vivo. Durante más de seis meses al año el agua y el barro hacen imposible acceder a ella. Hay que aprovechar la estación seca para llegar hasta allí.
En Katei tenemos una escuela primaria y una pequeña comunidad católica. Memuna es la maestra encargada de la escuela y enseña con su hijo atado a la espalda. Ella es también la líder de la comunidad cristiana que se reúne al acabar el día a rezar y cantar.
Llegar hasta Katei es toda una aventura a través del tortuoso camino que atraviesa la selva, monos y antílopes se cruzan en el camino. Pero en cuanto entro en la aldea estalla la fiesta. Todos salen a recibirme y las mujeres entonan cantos y bailes de bienvenida. Pa Bubu, el jefe del pueblo, improvisa un discurso y me hace sentarme, a la sombra de unos mangos, rodeado de sus ancianos y los cientos de niños que han abandonado la escuela para unirse a la fiesta. Entonces empieza a circular vino de palma y las mujeres se van a cocinar.
Es el tiempo que yo aprovecho para hablar con la maestra y ver la marcha de la escuela. Memuna también me pone al día de la vida de la comunidad cristiana. Después de comer me traen regalos: carne de mono, peces, plátanos y mandioca.
Katei es una de las muchas aldeas perdidas en esta selva, donde los ancianos se aferran a sus tradiciones y los jóvenes se visten como raperos americanos.
Pocos son los niños de Katei que terminan la escuela primaria, pronto empiezan a trabajar los campos gracias a los cuales sobrevive toda la familia, porque asegurar la comida de todo el año es la prioridad. Pero no dejan de soñar que un día saldrán de Katei y no regresarán.